SoyPeterPettigrew

Peter la miró avanzar unos pasos lejos de él con esa mezcla de ira y algo que no quería reconocer. Había un brillo extraño en sus ojos, un destello breve de vulnerabilidad que enseguida se apagó bajo una capa de sarcasmo. —Siempre tan moralista —escupió, con una media sonrisa amarga—. Como si repetirme lo que hice fuera a hacerte sentir mejor. Créeme, no necesito que me recuerden quién soy.— respiró un momento antes de agregar lo siguiente, como si fuera una confesión.— Ya me lo recuerdo yo mismo cada maldita noche.
          
          Caminó hacia ella sin apartarle la vista, sin prisa, con esa calma que solo tenía quien estaba acostumbrado a contener la furia. Cuando estuvo lo bastante cerca, se inclinó hasta que sus labios rozaron el oído de Jolene. —No todo el mundo está dispuesto a seguirme al infierno, ¿eh? —murmuró con ironía—. Qué lástima que tú ya estás dentro. (+)
          
          

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(+) Antes de que ella pudiera replicar, Peter le tomó la muñeca con fuerza. Su contacto fue seco y decidido, pero no brutal. La varita brilló apenas un segundo entre sus dedos y el aire alrededor se distorsionó; un sonido sordo, un vacío repentino.
            
            Peter usó «aparición» para llevarlos a su lugar de destino. El tirón del hechizo los lanzó al vacío por una fracción de segundos antes de que el suelo volviera a materializarse bajo sus pies. Cayeron en un bosque oscuro, húmedo, con árboles retorcidos que parecían susurrar. El olor a tierra y a magia vieja flotaba en el aire.
            
            Peter soltó su mano de inmediato, sintiendo que la suavidez de la piel de Jolene lo estaba quemando. Dio un par de pasos hacia adelante para alejarse de ella y para observar el entorno con el instinto de un animal acorralado. —Bellatrix dijo que el contacto debía esperarnos cerca de las ruinas —dijo con voz baja, sin mirarla—. No confíes en nadie. Si ves a alguien sospechoso, ataca primero.— Hizo una pausa, y luego giró la cabeza para mirarla. —Y si las cosas se ponen feas, no intentes salvarme.
            
            Dio el primer paso hacia la oscuridad, sin esperar que ella lo siguiera, pero sabiendo perfectamente que lo haría.
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Se quedó quieto, con la espalda tensa y los dedos crispados alrededor de la varita. No la miró al principio. No podía. Había algo en su voz, algo tan endemoniadamente humano que lo hizo tambalear por dentro, como si le hubiesen arrancado una capa de hierro que llevaba demasiado tiempo oxidándose sobre su piel. —No quiero ser salvado —repitió en un murmullo que sonó más a confesión que a burla—. Ni lo necesito.— Se giró despacio para mirarla nuevamente y se permitió observarla un segundo, solo uno, pero bastó para dejarse claro a sí mismo que lo que sea que estuviera pasando con la hermana menor de su ex mejor amigo lo estaba destrozando más de lo que admitiría jamás.
          
          —¿Y crees que vas a librarte de mí tan fácil? —dijo al fin, con un tono que oscilaba entre el sarcasmo y la rabia contenida—. Ni Bellatrix ni su maldito hechizo funcionan así. No hay un “ya no nos veremos más”, Jolene. Aunque lo desees. Aunque lo jodidamente desee yo.— Avanzó hasta quedar frente a ella otra vez, acortando la distancia que la pequeña castaña había intentado reconstruir entre ellos. Su respiración se mezcló con la de ella por un segundo, y en ese segundo, Peter se odió. Por querer quedarse junto a ella. Por necesitarla. Por sentir un hambre que cada vez se volvía más insaciable cuando estaban juntos.
          
          —Deja de fingir que puedes mantenerte fría cuando te pones nerviosa y se te sonrojan las mejillas cada vez que digo tu nombre —susurró con los dientes apretados, la voz grave, contenida, casi rota—. Y no me provoques si no estás dispuesta a asumir lo que pasa cuando lo haces.— Y entonces se apartó, de golpe, como si tocarla lo hubiera quemado. Guardó la varita, se echó el abrigo al hombro y soltó una exhalación amarga.
          
          —Vamos a terminar esta jodida misión —dijo sin mirarla—. Y después… podrás seguir diciéndote que me odias todo lo que quieras. Pero mentir no se te da tan bien como crees.

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Peter la observó en silencio mientras hablaba, había algo casi enfermizo en la calma con la que la miraba moverse por la habitación, como si no fuera más que un cisne herido navegando en aguas turbulentas que no le correspondían. 
          
          —Quédate tranquila, no pienso volver a llegar en "estas fachas".—murmuró, con los ojos clavados en cada movimiento que Jolene hacía. Parecía inquieta. Y eso, por alguna extraña razón, lo hacía querer sonreír.—La próxima vez me pondré un maldito esmoquin, ¿te parece? Así Bellatrix no tendrá motivos para mandarte a llorar a su regazo.
          
          Entonces ella dejó de dar vueltas en la habitación, y comenzó a caminar hacia él, y cuando ella se acercó, cuando sintió sus dedos fríos deslizarse por el cuello de su camisa, Peter se tensó. Su primer impulso fue apartarla, empujarla, o escupirle cualquier insulto que la hiciera retroceder lejos de él. Pero no lo hizo. Se quedó quieto. La dejó arreglarle la camisa y rozarle la piel con los dedos. Y eso lo irritó más que cualquier cosa. —No necesito que me arregles la maldita camisa, Black —gruñó, la voz le salió grave, casi ronca. Su mirada bajó hasta las manos de ella y luego volvió a subir, chocando con sus ojos—. Ni que me salves de las garras de tu querida prima.
          
          Sintió la necesidad de dar un paso hacia adelante, y acortar el espacio que ella había dejado entre ambos. Pero el aire se volvió denso a su alrededor y se apartó bruscamente, no soportaba estar más de la cuenta junto a ella. Jolene le hacía sentir cosas que no estaba dispuesto a permitir. —Vamos de una vez —dijo, dándole la espalda—. Cuanto antes terminemos con esto, antes podrás volver a fingir que no me soportas.

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Peter llegó unos minutos tarde, con la camisa desabrochada y la respiración entrecortada, había tenido otra pesadilla. O más bien, había recordado. Porque eran los recuerdos lo que lo atormentaban cada vez que cerraba los ojos. Los recuerdos de los gritos de Lily, el sonido del cuerpo de James cayendo al piso sin vida y los llantos de Harry.
          
          Apenas cruzó la puerta hacia el gran comedor de la Mansión Malfoy, vio a Jolene esperándolo con los brazos cruzados y esa mirada inquisitiva que tanto lo irritaba. «Llegas tarde» dijo ella, sin levantar mucho la voz, pero con ese tono que pretendía sonar neutral.
          
          —¿Ah, sí? —Peter soltó una risa seca, casi un gruñido—. Qué observadora. ¿También vas a anotarlo en un informe para Bellatrix? 
          
          Ella frunció el ceño, dando un paso hacia él. —Solo pregunté si todo está en orden. No hace falta que te pongas a la defensiva.
          
          Peter se pasó una mano por el cabello, y la miró con una mezcla de furia y desdén. —¿Qué carajo te importa, Jolene? —escupió—. No necesito tu preocupación fingida.— El silencio se tensó entre ambos. Ella lo sostuvo con la mirada, pero no dijo nada. Peter avanzó un poco más, tan cerca que podía oler el perfume tenue de su cuello. —Si estás tan desesperada por cumplir el horario, podías haberte ido sola —murmuró, con una media sonrisa torcida—. Pero claro… no sería tan divertido sin mí, ¿verdad?