Juliëta nació en una familia disfuncional: su madre, una pianista sensible y amorosa, era su único vínculo emocional real. Su padre, un exmilitar frío y distante, apenas mostraba afecto. Cumplidos los nueve años, su madre es diagnosticada con cáncer, el cual, lamentablemente ya no tenía tratamiento, ocasionando su muerte unos meses después , su padre al no poder soportar la responsabilidad ni el dolor y abandona a Juliëta, dejándola en un orfanato deteriorado en los Balcanes.
Hydra, siempre en busca de nuevos sujetos para su división genética, había estado investigando mutaciones latentes en descendientes de ciertas líneas genéticas eslavas. Juliëta, con su linaje materno ligado a antiguas leyendas de “vidovnjaci” (videntes), resultó ser una candidata ideal. La llevaron a una instalación subterránea en el norte de Europa, donde la sometieron a una serie de experimentos que combinaban ingeniería genética, estimulación neural y exposición a un fragmento de una gema cósmica recuperada tras la Batalla de Nueva York. Los resultados fueron inesperados.
Juliëta desarrolló la habilidad llamada “Eco de Memorias”, un poder psico-cognitivo que le permite tocar cualquier objeto o lugar y acceder a los recuerdos más intensos asociados a él. No solo puede verlos, sino que puede revivirlos como si fueran suyos. Con suficiente concentración, puede proyectar esos recuerdos hacia otros, o incluso inducir ilusiones vivas de ellos. Sin embargo, el precio es alto: cada vez que usa su poder, parte de su propia memoria se desvanece temporal o permanentemente, y le cuesta distinguir qué emociones son suyas y cuáles son de otros.
