/Lo sintió. La forma en que sus palabras salieron sin filtros. La manera en que bajó la cabeza, como si la emoción pesara más que cualquier herida. Y ésta no se movió. No hizo ruido. Solo permaneció ahí. Porque lo entendía. No solo el “no quiero que te vayas”, sino todo lo que esa frase escondía detrás. La soledad, el miedo, la sorpresa de ser visto. La herida de alguien que ha sido arma, sombra, olvido. Y ahora, por primera vez, se permitía solo ser.
Entonces, con la misma mano que aún rozaba la suya, giró sutilmente la palma. Y con una delicadeza que apenas se notaba… entrelazó sus dedos con los de él. Un gesto pequeño, casi invisible, pero firme.
── Entonces no me iré. ──susurró──.
/Y justo después, con una calma nacida de todo lo que por fin se atrevía a sentir, alzó su otra mano. Sin dudar. Sin titubear. Y la posó suavemente en su mejilla. El contacto fue cálido, protector, íntimo sin ser invasivo. Lo miró a los ojos, y esta vez no se guardó nada.
── Choso… no quiero que pienses que tienes que sostener algo solo. Porque si estás conmigo, lo cargo contigo. Sin miedo. Sin condiciones.
/Su voz no tembló. No eran palabras torpes ni emocionales al borde del quiebre. Eran palabras claras, decididas, como quien ha esperado mucho para decirlas.
── Y si esto te da paz… entonces quédate. Porque yo ya elegí quedarme contigo.
/Y ahí estaba Kazana. No como hechicera. No como alguien que sobrevivió. Sino como la única persona que podía mirarlo sin romperlo, que podía tocarlo sin herirlo, y que podía decir “estoy contigo” sin miedo a lo que eso significara.