Katari, cuyo nombre significa serpiente, nació hace mucho tiempo en una familia que aún conservaba la antigua lengua de sus ancestros. con una piel cremosa, ligeramente morena, se vio envuelto en la desesperación de recurrir a la humanidad, enfrentándose a la indiferencia y al desprecio de aquellos que se consideraban superiores.
lejos de las grandes ciudades, de los automóviles y del bullicio moderno, Katari descubrió que la vida en sí misma no le ofrecía consuelo. pero algo en su interior siempre lo sostuvo, y los malos tratos de los demás nunca lograron apagar su espíritu.
con el paso del tiempo, vio a su familia desvanecerse.
fue entonces cuando se dio cuenta de que no era como los demás. su hermana menor, a quien había cuidado desde pequeña, le confesó un día que el mismo Quetzalcóatl lo había bendecido, que él era la viva encarnación de un dios. ──Tu nombre dado por los dioses es Canek, significa serpiente de estrella. ──le dijo ella. su último aliento escapando con un cariño hacía su hermano.
la inmortalidad resultó ser un precio que pronto comenzó a odiar. su actitud sumisa y temerosa del mundo exterior no desapareció simplemente por ser la reencarnación de un dios. los años pasaron, las estaciones cambiaron, y Katari se fue adaptando a las eras modernas, encontrando una nueva forma de vivir en el acto de ayudar a los demás.
el viento soplaba suave y constante, llevando consigo los susurros de un pasado que jamás moriría del todo. Katari, el eterno Canek, caminaba por las calles de un mundo siempre cambiante, su corazón cargado de siglos de memorias y dolores, pero también de una sabiduría que solo el tiempo puede otorgar. bajo la luz de las estrellas, la serpiente emplumada continuaba su viaje, una figura solitaria que, aunque bendecida por los dioses, aún buscaba su lugar en un mundo que apenas comenzaba a entender.