Kate.

Me halaga de sobremanera. La verdad es cálido encontrarme con personas que sean así de amables como usted. Así es, estudié desde casa con una institutriz, a la que ciertamente prefería darme clases de modales; lo cuál buscaba evitar a toda costa. Aún así, pude encontrar contenido grandioso, desde algo de ciencia, arte, hasta literatura clásica. Creo que me nutro con un poco de cada cosa. Algún día me gustaría descubrir en qué soy realmente buena... Más allá de solo ser una simple esposa. 

Es un placer ser de su total agrado, mi lady. La verdad es que por aquí los rumores se esparcen muy rápido; como el agitado viento. Se hablaba de la llegada de las hermosas hermanas Sharma. Es usted tan dulce y amable, espero compartir más a su lado, si me permite. Temo informar, que soy hija única. Mis padres casi pegan el grito al cielo al darse cuenta que no quise debutar el año pasado, prefería meter mi nariz en libros. Así que, me dieron un año de estudios con tal de hacer mi presentación en sociedad este año, heme aquí. 

Poco fue el tiempo en el que tomó su siguiente decisión, cuando el vizconde caminaba en grandes zancadas hasta la salida de aquel lugar, evitando a cualquier costo el relacionarse con alguna persona que lo detuviera y fuera demasiado tarde como para poder encontrarla. Ahora que podía pensar con mayor claridad las cosas, el enfurecimiento tomó control de su cuerpo, apretando sus nudillos al recordar el desprecio que había obtenido por parte de Kate hacia su persona. 
            
            La noche se había hecho presente y la luz de la luna era lo único que iluminaba el lugar. Acompañada de notorias estrellas que hacían formar un reflejo de sombras debajo de los árboles. Después de pasar unos cuantos arbustos, pudo verla de nuevo. Sacudiendo con desesperación los restos que aún habían quedado impregnados en ella. — ¿Es lo que hace? ¿Huir en vez de afrontar por una buena vez los problemas que causan sus acciones? — Habló en un tono lo suficientemente alto como para hacerla sobresaltar. 
            
            Ladeó su cabeza, mostrando una molestia en el ceño fruncido que decoraba su rostro, junto a una pesada y constante respiración que salía de su cuerpo para que exhalaba con fuerza.— ¿Acaso no se ha dado cuenta de lo que acaba de hacer? Tan sólo mírenos ahora. Si pensó que sería una broma excepcional, debo admitir que ha cruzado todos los límites posibles.— Siguió quejándose, arrastrando un poco sus palabras, tensando la mandíbula en señal de enfurecimiento. Ahora, ni el mismo era capaz de controlar sus palabras, puesto que tan sólo esperaba alguna disculpa de parte de ella. Según él, era lo menos que Kate podía hacer en esos momentos. 
            
            — Desde el momento en que llegué, no ha dejado de reprocharme lo mucho que me detesta. Y sin embargo, de alguna manera, siempre termina a un lado mío. Ó encima de mí.—Soltó sin más, refiriéndose a la caída de ambos, recordando el notable calor del cuerpo contrario sobre el suyo. 

Los segundos que Anthony pasó de pie frente a ella fueron interminables para él. Al menos, eso es lo que deseaba. Su mano aún reposaba extendida hacia esperando que correspondiera y la tomara. Aún cuando ni el mismo vizconde lo aceptara, su corazón lo delataba. Puesto que en medio de la discusión, había sentido la necesidad de siquiera rozar su mano con la de ella; sabía que tan sólo unos momentos le serían suficientes como para recordarla el resto de la semana. 
            
            Su vista recorrió el cuerpo de la mujer causante de la que sería la tragedia principal ante los ojos del resto de los habitantes en Londres al leer el periódico del día siguiente. Pero eso le importaba en lo más mínimo. Su mente disponía de analizarla de pies a cabeza. Ahora mismo podría apostar por quién de los dos tendría mayor restos de pastel y crema en sus atuendos, y sabría que Kate ganaría. Sin embargo, eso no lo hacía sentir orgulloso esta vez. Por vez primera, sabía que de alguna u otra forma estaba rompiendo con sus principios al haberla llevado consigo al suelo de la gran mansión en la que se encontraban. De un momento a otro, sus pensamientos salieron de su cabeza al verla junto a él de nuevo. Por lo que se atrevió a mirarla una vez más ahora que la cercanía en ambos era mayor que antes. Incluso siguió haciéndolo después de la contraria terminara de hablar, bajando la mirada de reojo a la vestimenta ajena, observándola en un notorio silencio acompañado de murmullos de los demás espectadores. 
            
            Bajó la cabeza al visualizar las intenciones de ella después de lo sucedido, maldiciendo por lo bajo a medida en que aproximaba su diestra a su frente, concentrándose en masajear con ambas yemas de los dedos su sien, antes de decidirse si la idea de perseguirla hacia las afueras del gran salón o volver a casa.

Sin embargo, el orgullo del vizconde no permitiría que él fuera el único protagonista de dicha tragedia. Por lo que alcanzó a tomar la mano de aquella mujer, tirando de esta con la fuerza suficiente para que Kate perdiera el equilibrio y terminara siendo arrojada con él, derribando el gran y lujoso pastel. De inmediato su cuerpo cayó sobre el suyo, sintiendo la cantidad de pastel esparcirse en el suelo y partes de sus vestimentas. Escuchó los murmullos y expresiones de terror acumularse dentro del salón, seguido de gritos de asombro y suspiros fuertes por parte de los presentes, incluida Kate. Soltó el agarre en la mano de la anterior mencionada, quien por cierto lo miraba ahora con mayor furia que antes. 
            
            Anthony bajó la mirada, observando el traje que había comprado día antes y casi pudo escuchar a su madre en ese momento recriminarle el cómo lo había arruinado, con cantidades inmensas de pastel por todo su cuerpo. Similar a como Kate se encontraba. Gruñó, aproximando su diestra hasta su abdomen, tratando de sacudirse lo mayor posible. 
            
            — Espero se encuentre satisfecha de lo que acaba de cometer. Tan pronto como lo imagine, estaremos en boca de toda la ciudad en menos de un día. —se quejó en un delicado susurro, con intenciones de que la menor cantidad posible de personas ahí lo escucharan, manteniendo el ceño fruncido y mirándola de reojo un par de veces más antes de ponerse de pie –casi– torpemente, extendiéndole el brazo a la contraria para ayudarle a levantarse de igual manera.