Tsukishima se acomodó las gafas mientras la observaba ponerse de pie y ordenar su uniforme, no se había molestado en ofrecerle su ayuda porque sabía perfectamente que la hermana pequeña de su capitán no la aceptaría, y él, claro está, no iba a desperdiciar su selectiva amabilidad con alguien que no estaba dispuesta a aceptarla. —¿Auch? —el rubio se llevó una mano al pecho fingiendo indignación. —Que cruel eres, Katsumi, y pensar que todos los demás creen que eres un encanto. Pero ellos no te conocen como yo, ¿no? —Kei se cruzó de brazos mientras clavaba sus ojos en los de ella en una intensa batalla por sostener sus miradas. —No me importa lo que pienses, y me da pereza estar aquí parado mientras te escucho parlotear sobre un montón de idioteces. El equipo me necesitaba. Tu hermano me necesita para ganar. Así que será mejor que te acostumbres a mi presencia, y que, por supuesto, comiences a aceptar que estoy muy lejos de ser «un torpe grandulón». Soy bueno en lo que hago. — Él podría no sentir demasiado interés en lo que hacía, al menos no en la magnitud en la que Hinata o Kageyama lo demostraban, pero si había algo que le molestaba, era que pusieran en duda o miraran en menos su habilidad para el vóleibol. —Mejor que bueno. Soy genial.
