Kirtash se había convertido en una rata de laboratorio, sus poderes un secreto guardado entre él y el doctor. Ignoró la manera en la que era manipulado, en la que era usado. Ignoró aquellas sustancias que le eran pinchadas para alterar y provocar reacciones en él, al igual que los toques inapropiados por parte del doctor. Siempre y cuando lo echaran cual perro al campo de batalla, para así desahogar su cúmulo interior.
Tal periodo duró hasta su decimoctavo cumpleaños. Había ascendido cargos hasta llegar a ejecutivo dentro de la mafia, siendo uno de los más jóvenes. El jefe estaba en una salud delicada y mientras que Vik lo revisaba, secretamente induciéndole venenos para empeorar su estado y tomar el rol, Kirtash solo observaba desentendidamente desde una esquina. Finalmente este falleció, Vik tomó su puesto y Kirtash lo abandonó en su lugar. No hubo explicaciones ni razones, simplemente se aburrió de jugar al malo.
Pasó dos años en una especie de limbo, sin acción; limitándose a ver la vida pasar, hacer algún que otro mandado para no morir de hambre y vagar por las calles en busca de una razón que le devolviera las ganas de vivir. Pues la violencia que antes le llenaba de adrenalina ahora se le hacía aburrida e indiferente.
Hasta que fue localizado por un supuesto grupo de usuarios que compartían una similaridad con él: eran peculiares, sujetos con poderes. Le hablaron de cómo habían escuchado sobre él y el potencial de sus habilidades; ofrecieron un nuevo hogar, una escuela especial para jóvenes especiales como él. Sin más preámbulos, Kirtash aceptó, curioso por qué le depararía escoger tal camino.