Abrió la puerta de su habitación sin prisa, aún con los ojos entrecerrados por el sueño. Fue entonces cuando algo llamó su atención sobre la mesa junto a la ventana: una carta cuidadosamente doblada, con su nombre escrito con aquella letra que le resultaba tan familiar y, al mismo tiempo, llena de nervios y esperanza.
Sintió cómo el pulso le dio un salto. Tomó la carta con manos un poco temblorosas, como si sostuviera algo frágil, algo demasiado importante para dejar caer. Se sentó en el borde de la cama y, con el corazón latiendo rápido, desplegó el papel.
Cada palabra que leía era como una ola que lo inundaba, una mezcla de emoción y sorpresa que no sabía cómo manejar del todo. Sentía que podía escuchar la voz del otro en cada línea, la sinceridad detrás de cada frase, y por primera vez, entendió todo lo que antes se había quedado solo en miradas y silencios.
Cerró los ojos un momento, dejando que la calidez se extendiera por dentro. Una sonrisa tímida se dibujó en sus labios, y sin pensarlo, guardó la carta cerca del pecho, como si quisiera proteger esa confesión que le había llegado de manera tan honesta.
Luego, tomó papel y pluma, sintiendo que él también necesitaba poner en palabras lo que el corazón le decía. Con calma, comenzó a escribir su respuesta, tratando de encontrar la valentía para expresar lo que había sentido desde hace tiempo, aunque nunca se hubiera atrevido a decir en voz alta.
Por un instante, el mundo pareció detenerse, y en ese pequeño silencio, supo que algo iba a cambiar. Porque ahora, las palabras estaban ahí, y con ellas, la promesa de algo nuevo.
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