kol, hey. —la castaña alzó el mentón y la palma de la mano agitándola en el aire, en una forma de saludo. creyó por un momento que el saludo suavizaría al menos un poco la situación en la que se había metido, por insistir demasiado en un reto. una parte de ella se acobardaba y consideraba la idea de salir corriendo de ahí. pero por otro lado, deseaba completamente hacerlo, porque, vamos, se trataba de kol, kol mikaelson. el chico cuyos profundos ojos lograban motivarla a hacer lo que sea; el chico con cabello castaño, que a pesar de aparentar ser un detalle sencillo y sin importancia, a davina le gustaba, la manera en la que enmarcaba su rostro, su corte y su color; el chico de el gesto más angelical que alguna vez pudo conocer, porque cuando mikaelson esbozaba una sonrisa, la chica creía en la perfección con tanta facilidad. sí, bien sabía que la perfección tal cual era difícil de alcanzar, más bien, imposible, porque no existía. pero al ver a aquel hombre, con tan solo una ojeada de reojo, ésa visión se le era arrebatada por completo, y kol pretendía ser perfecto muy bien; o, si prestaba atención a sus labios, cual hechos del más rojo coral, los cuales de tan sólo mirarlos le abrían una puerta a un paraíso, aumentaban un deseo en ella que jamás pudo sentir, y extrañamente, tenía una sensación de que jamás volvería a sentirse así. no sólo las cosas físicas que lo caracterizaban, porque si hablara de su voz, oh, maldita sea, dijera lo que dijera podría escucharlo horas hablar, tenía un precioso tono; o su manera de pensar, cada opinión proveniente de él, era fantástica; o su risa, ése sonido que de vez en cuando brotaba de su boca y lograba llenar cada parte del ser de davina, reconfortantemente. porque, él, en su totalidad, era espectacular. se cuestionaba cómo había llegado a ése punto, lo adoraba con sus cinco sentidos.