⸺el susurro de su nombre, cargado de una entrega tan absoluta, resonó en el aire quieto. él detuvo por un instante su avance, no por duda, sino para saborear el momento en que su esposa se despojaba de todo excepto de la verdad de su deseo. su mano, que reposaba en su cadera, aminoró su presión, transformándola en una caricia profunda y apreciativa. lily… ⸺su nombre salió de sus labios no como un eco, sino como una afirmación baja y resonante, un sello en el silencio. su mirada recorrió su rostro, tomando el tiempo para memorizar el intenso carmesí de sus mejillas, el brillo húmedo de sus ojos, la manera en que cada parte de ella proclamaba su pertenencia a él. sus brazos la ajustaron contra su pecho, no para inmovilizarla, sino para envolverla en una cercanía que fuera a la vez refugio y reclamación. sus labios se posaron en su frente en un beso largo y sorprendentemente tierno, un gesto de profundo reconocimiento reservado solo para ella, en la intimidad de sus aposentos. este incendio que arde en ti… —murmuró, su aliento caliente acariciando su piel— no es solo tuyo. es nuestro. lo has guardado para mí, en lo más hondo de tu secreto, y ahora yo lo sostengo. no temas sus llamas, cariño. las custodiaré, las alimentaré y haré que nos calienten por todas las noches que nos queden. ⸺su movimiento, al reanudarse, fue una cosa distinta. ya no era solo la toma posesiva de un conquistador, sino la unión deliberada y reverente de un consorte que conoce el valor del templo que se le entrega. guió su cuerpo con una certeza que era a la vez autoridad y devoción, controlando el ritmo no para imponer, sino para elevar, para asegurarse de que cada sensación, cada espasmo, cada jadeo fuera compartido en su plenitud. yo dirijo este ritmo —susurró, pero su voz había perdido el filo de la orden para ganar la gravedad de una promesa— porque conozco la música de tu cuerpo mejor que nadie. y sé llevarte hasta donde el fuego nos consuma a los dos. suéltate, lily. arde conmigo.