SoyWillGranger
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El contacto de sus dedos sobre su brazo lo desarmó más que cualquier palabra. No era la presión, ni la suavidad; era el atrevimiento. Esa calma insolente con la que Lucy Potter lo tocaba, como si no supiera —o peor aún, como si supiera demasiado bien— lo que provocaba.
Will no pensó. No razonó.
En un movimiento rápido, la sujetó por la muñeca y la empujó con la espalda contra la baranda de piedra. No con violencia, pero sí con esa fuerza contenida que delataba todo lo que venía reprimiendo. El golpe seco del contacto resonó junto al lago, mezclado con el latido furioso de ambos. —¿Y si quisieras jugar, Potter? —susurró, tan cerca que sus labios rozaron la comisura de los de ella sin llegar a tocarla—. No sabrías las reglas y yo no sabría cuándo detenerme.—Su respiración rozó su mejilla, caliente, irregular. La mano que la sostenía descendió lentamente por su brazo hasta detenerse en su cintura, donde los dedos se clavaron apenas, marcando territorio sin pedir permiso.
—Mierda… —masculló, con la voz rota, la frente apoyada un instante contra la suya—. No sabes lo que haces.— La miró entonces, con esa intensidad que rozaba la rabia. No había ternura en su mirada, solo deseo y frustración.
Sus dedos se deslizaron apenas por la línea de su cuello, el pulgar rozando el pulso acelerado. Su mirada descendió a su boca, peligrosa, hambrienta.
Y en ese instante, entre el frío del lago y el calor de su piel, Will ya no supo si la estaba reteniendo para no besarla o para no dejarla ir. —¿Qué quieres de mí, Lucy?