𝙑 𝙖 𝙣 𝙣

Sí, lo sabía. Nyxeim se había vuelto su talón de Aquiles. Su única debilidad, y le aterraba que Lysvannder se aprovechaste de ello.
            
            La voz de Kharis susurró en su oído «¿Es tuyo?» ¿Acaso todos lo veían así? Como un objeto de pertenencia. ¡Solo lo quiero proteger! Gritó en su mente, y un pitido aturdió su tímpano izquierdo a la vez que un punzante dolor carcomió su cien. Volvió a exhalar su oxígeno.
            
            Si algo había aprendido en todos sus años de vida era que las peleas no terminan en nada.
            
            Acomodo su corbata oscura como la noche y devolvió su mirada al muchacho histrión, se sentía una pelea de quién aguantaba más —Me gustaría poder hacerlo; y solo así sentir que Nyx está a salvo. Pero no eres el único “problema” metiéndose entre nosotros.— su voz se calmó porque solo la verdad tenía paso en su meditar. —Pero sé qué matarte, tal vez, no sea la mejor solución…— ¿O si? La balanza interna estaba atrofiada y las cosas parecían no tener valor cuando el brujo entraba en juego.
            
            El calor emanado por Lysvannder le llegaba a golpes, su sangre fluía líquida y los oídos de Lestat no soportaban aquel ruido. —Sé que tarde o temprano tus planes saldrán a flote. No creas que me temblará las rodillas cuando el día se asome.—
            
            Su rostro es familiar. Llamó su inconsciente, como un eco que no paraba. Debía re analizar sus opciones —Sí es por él con placer abrazaría los rayos del sol…— recitó el poeta con el corazón roto. Aunque aquella confección le regalará más risas sádicas del tritón. —Solo toma mis palabras como una advertencia, Lysvannder.—
  

Lo visualizo, de arriba hacia abajo, detallando hasta la más mínima irregularidad en su fisionomía. Su vestir no era sucio como los anteriores traficantes que suministran las adicciones de su pareja, su rostro jovial producía rechazo al chocar con su mirada llena de oscuridad. Estaba seguro que no era solo un dealer más, salido de cualquier callejor. Era alguien "importante", como él.
            
            ¿Cuándo llegó a estar a medio metro del masculino? Su cuerpo se había puesto en automático mientras su mente le daba un monólogo ahogado en recuerdos agridulces.
            
            —Nyxeim no necesita divertirse con tipos como tú rondandole, no me importa las intenciones que tengas con él, no ganarás nada bueno.— su cien fruncida y sus palabras secas daban la impresión de que en cualquier momento, Lestat, atacaría —Agradece que vine con buenas intenciones a aclarar las cosas.— jadeó y viro su mirada un instante —Alejate de él. O realmente conocerás lo que soy capaz de hacer por Nyx.— susurró una amenaza disfrazada de advertencia.  

Solo la luna atestiguaba con silencio la batalla que le libraba. Un Vampiro y un tritón. Ambos enlazados. ¿Su veredicto sería justo?
            
            Sus planes se borroneaban cuando alguien decidía meter sus narices; fue un error venir aquí. Pensó. Pero él no acepta las derrotas, y no daría su brazo a torcer, ni aunque su garganta fuera partida en dos.
            
            Sus pisadas eran anunciadas por el suelo moribundo; aunque deseara ser sigiloso, allí, no lo lograría. Más poco importaba aquel echo, deseaba estar cerca del acuático; ahogarse en su esencia, clavar sus dagas bucales en la yugular palpitante de su contrario. Absorber su carmín líquido vital y desterrar su cuerpo sin pálpito al olvido eterno. No pensaba que una sola persona lograría jamás desequilibrar su conciencia como aquel joven lo lograba al pronunciar cualquier cosa.
            
            Era una bestia deseosa de muerte.

Su ceja se alzó en alto dándome una apariencia de incredulidad que dura segundos —¿Solo conoces "chistes" sobre la vejes?— inquirio sobre aquel sermón repetitivo, retomando las memorias dadaa ante las "ofensas" un poco aniñadas del joven. Realmente no se paró a reprochar más sobre aquel asunto sin importancia; ya que él desespero por proteger la delicadeza de su amado le ardía con furia.
            
            No era secreto que veía a Lysvannder como un enemigo que derrocar. Carcajeó al darse cuenta que tendía que volver a su antiguo papel. El Rey. El guerrero. El asesino. ¿Por qué el pasado siempre vuelve a torturarnos?
            
            Incluso en mínimo echo de que aquel sujeto tan conocido y a su ves anónimo se animará sin vergüenza a mencionar cada letra que conformaba el nombre de su amado, le hacía sentir una incomodidad en su esposa dorsar; la bilis se le revolvia y su lengua chequeaba en un sonido amenazador. Como un gato bufando.
            
            Un paso más y la suela de su zapato oscuro hizo chillar a gritos la madera bajo su existencia de más de setenta kilos —¿“Diversión”?— exhaló en un suspiro. Él conocía la sana diversión; aquella que compartía al ver una película con el joven de melena castaña y mirada como un bosque fantástico, esa diversión apacible cuando acariciaba a su gato. O besaba los labios del brujo. Pero también conocía aquella adictiva diversión autodestrtiva que recorría las venas de Nyx, aquellas que perfumaban la esencia del contrario.
            
            ¿Por qué la mirada de Lysvannder le hacía cosquillas en la parte trasera de su cabeza? Como si un recuerdo sepultado estuviera a punto de florecer.