SoyLeonDavenport

las manos pequeñas y cálidas de maría cubrieron la visión de leon, y el sonido de su risa juguetona, apenas disimulada, resonó en el aire silencioso. por un instante, la máscara de desinterés y arrogancia de leon se resquebrajó, reemplazada por una tensión sutil que solo él podía sentir. la familiaridad de su aroma lo hizo estremecerse casi imperceptiblemente.     él se mantuvo perfectamente inmóvil, dejando que el juego se desarrollara por un momento, disfrutando de esa cercanía prohibida.       /     mhm.      respondió leon, su voz volviéndose baja y profunda, un tono que rara vez usaba, teñido con una peligrosa calma.       /        déjame adivinar... Un ser ruidoso, terriblemente desordenado y con una alarmante inclinación a estropear el silencio de una propiedad perfectamente cuidada.            lentamente, leon levantó sus propias manos, las yemas de sus dedos enguantados rozando suavemente los dorsos de las manos de maría que le cubrían los ojos.            /        solo puede ser una deidad de la mugre, o...                leon deslizó sus manos hacia las de ella, apartándolas con delicadeza pero con firmeza, para poder girarse. su mirada carmesí se posó en los ojos brillantes de maría, y una sombra de su habitual desdén frío luchó con una intensidad que no le permitía mostrar a nadie más.                   /    o la única persona en este maldito planeta con el coraje de tocarme sin recibir una reprimenda sangrienta.  veo que la disciplina no ha calado. si querías sangre, simplemente podrías haber preguntado. aunque, en tu caso, hermanita, prefiero mantener la fuente intacta y próspera. ahora, quita ese cabello rojizo de mi traje antes de que te confunda con una mancha de óxido y te arroje a la lavandería.

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¿Cachorrita? —la palabra salió de sus labios como una nota helada, envuelta en una suavidad que no engañaba a nadie. Cressida levantó la mirada con la calma de quien no teme a las sombras ni a los colmillos, sosteniendo la sonrisa despreocupada de la vampira con una elegancia que era filo puro—. Qué curiosa manera de saludar, María Davenport. Y “Lobito”… —repitió, ahora con un leve arqueo de ceja, como si degustara la osadía ajena—. Es adorable que intentes usar diminutivos conmigo. De verdad. Me recuerda a cuando los gatos bufan a un lobo esperando intimidarlo. —con un gesto delicado, acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja, gesto pulido, impecable… pero en su voz había un desafío suave, casi juguetón—. Si estoy seria es solo por educación. —dio un paso hacia ella, borrando por completo la distancia—. Nunca quise que pensaran que me estaba riendo de ustedes. Sería… grosero. —inclinó ligeramente la cabeza, una sonrisa fina, aristocrática, cargada de un doble sentido claro: ‘yo también sé jugar a esto, vampira’—. Pero si necesitas que te muestre los dientes para sentirte cómoda, avisa. Soy bastante flexible con las costumbres de otras especies. —pausa. Un destello felino en los ojos—. Y por cierto… no soy lobito. Ni cachorrita. —bajó la voz, convirtiéndola en terciopelo afilado—. Si vas a intentar insultarme, al menos hazlo con creatividad. Te prometo que no morderé… primero.

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Un trato. —repitió, como si probara la palabra en la punta de la lengua. No sonó sorprendida… pero sí interesada, apenas, lo justo para premiar la audacia de María. La miró de arriba abajo, sin insolencia pero sin esconder la evaluación. Una duquesa no adoptaba favores a ciegas, y mucho menos de vampiros con tanta energía como aquella—. Si vas a inclinarte así, al menos dame algo digno de la reverencia. —arqueó una ceja, elegante, tranquila, peligrosamente divertida—. Adelante, entonces. Sorpréndeme. Aunque dejemos algo claro desde el inicio, vampirita… —el apodo salió sin gracia—. Si quieres un trato conmigo, será uno justo. Nada de trampas envueltas en sonrisas dulces. Yo juego… pero siempre con las cartas sobre la mesa. —inclinó apenas la cabeza, gesto aristocrático, impecable, calculado—. Ahora sí. ¿Qué ofreces… y qué intento quieres cobrar?
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¿Un jueguito? —repitió con un murmullo suave, casi delicado, pero la sutileza llevaba una punta de acero—. Menos mal lo aclaras, María. Estaba empezando a preguntarme si tus cien años te habían dejado sin creatividad. —la sonrisa de la duquesa apareció entonces: serena, impecable… y peligrosamente elegante—. Romper costumbres aburridas no me molesta. —dio un paso más cerca, lo justo para invadir sin agresión, mostrando que no se replegaba ante nadie—. Pero si vamos a jugar, juguemos bien. Si me llamas lobito, yo empiezo a cuestionar si el “vampirita” te queda mejor… o si prefieres algo con más filo. —se inclinó solo un poco, lo suficiente para que la diferencia entre provocación y cortesía se volviera tan fina como un hilo de seda—. Y regocijarme… —su tono se volvió un suave desdén perfumado—. Eso lo hago cuando algo vale el deleite, querida. No porque tu familia se lleve bien con la mía. Yo sonrío cuando decido. —retrocedió con gracia perfecta, retomando su porte de duquesa como si nada hubiera ocurrido—. Aun así, si tu intención es ser… amistosa, —alzó la mirada, afilada e impecable—, Te advierto que conmigo la cercanía se gana. No se asume. Pero puedes seguir intentando, si eso te divierte. Al parecer, te gustan los desafíos. Y yo… —una sonrisa elegante, imperturbable, deliciosa—. Soy uno encantador.
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