Ni que lo digas. Ya sentia una suave
                              presión en el pecho cada que no
                                   veía tu hermoso rostro al día.
            
            — Deslizo delicadamente su mano sobre su espalda, mientras posaba su mentón sobre la mollera de la menor de estatura —
            
                             ¿En serio? Bueno, eso me alegra,
                           de otra forma hubiera demandado
                                  a esos idiotas que te trajeron.