SoyCaracallaMartel

No lo está. Y sabes lo que significa eso, ¿verdad?  — Apretó ligeramente el brazo contra ella.   — Significa que mi maldito Torneo de Escorpiones fue cancelado. ¿Cancelado! ¡Por el decoro! ¡Tenía diez hombres de Volantis que prometían un baño de sangre épico y ahora debo esperar un mes entero por esta tontería de luto!  Y ahora estamos aquí. Obligados a absorber el hedor de la hipocresía y las lágrimas falsas. Mira a estos buitres,Son los rostros más feos y aburridos que he visto en toda la Marca. No hay vino, no hay música... solo su cara larga Es un castigo, hermana. Un castigo inmerecido.

SoyGetaMartel

ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤGeta no gira la cabeza de inmediato. Su contemplación no es de tristeza, sino de evaluación. Cuando finalmente habla, su voz es sarcástica y resonante en la quietud de la noche. ⸺ ¿Callado, Meira? ¿Pensativo? Oh, por supuesto. Estoy lamentando profundamente el desorden que ha dejado la muerte de nuestra madre. ¡Tanto papeleo! Y la logística de los dolientes... es agotador. ⸺ Gira su cabeza lentamente para mirarla. Sus ojos son penetrantes bajo la luz de la luna. ⸺ ¿Crees que estoy aquí extrañando su cariño maternal? No seas ridícula. El único luto que siento es por una noche sin mis concubinas. Los Siete Reinos nos miran, y debemos proyectar una imagen de dolor respetuoso. Eso significa que mis placeres privados deben ser, temporalmente, privados. ⸺ Se encoge de hombros con desdén, volviendo su mirada al estanque. ⸺ Aquí estoy, de hecho, pensando en ella. Pero no con sentimentalismo. Estoy calculando el valor exacto de su legado en términos de tierras, votos y la debilidad de nuestros enemigos. La muerte es un negocio sucio, hermana, pero terriblemente rentable si sabes cuándo invertir tu dolor. ⸺ Si tienes que sentir algo, Meira, siente alivio. Con ella fuera, la única competencia real que me queda es el torpe de Caracalla. Y ya sabes lo que pienso de la amenaza que representa. Ahora, déjame solo con mis pensamientos profundos. Estoy a punto de decidir dónde será más estratégicamente conveniente enterrarla.

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Harald Velaryon llegó a Dorne, el calor del sol meridional un agudo contraste con la brisa salada de Marcaderiva. No había venido por elección, sino por deber. El fallecimiento de la Princesa de Dorne exigía una muestra de respeto y su Rhaenyra había designado a sus dos hijos menores, Harald y su gemelo, como representantes de la Casa Velaryon y, por extensión, de la corona.  El Gran Salón del palacio de la Casa Martell estaba lleno. Lores de todas las Casas de Dorne, y enviados de los Siete Reinos, se habían congregado, murmurando sus condolencias y analizando la dinámica del poder. Harald, haciendo una reverencia a los anfitriones y entregando el mensaje formal, se permitió un momento de observación.  Su mirada se posó en la Princesa Meira, la hija de la Princesa fallecida. Estaba parada con una rigidez  se conmovió. La distancia requerida por el protocolo se sintió como una barrera innecesaria. Harald se adelantó, su andar firme pero desprovisto de arrogancia. Se detuvo ante la princesa y la luz en sus ojos se suavizó visiblemente, aunque su postura se mantuvo erguida y formal.     /       Princesa .         Mi sentido pésame por el fallecimiento de su madre. La pérdida de una madre es un vacío que ninguna política puede llenar. Que la Fe la consuele, y que usted encuentre la fuerza para llevar la carga que ahora le impone.

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Harald se inclinó ligeramente, reconociendo la confianza implícita en sus palabras.       ╱        Un ancla es inútil si la cadena no es fuerte, Princesa. La verdad, aunque a veces es áspera, es la única firmeza que conozco                    respondió, su voz firme y calmada.  Escuchó la invitación a caminar por los jardines.        Sería un honor, Princesa Meria             dijo Harald, su tono de una profunda seriedad, libre de cualquier coquetería cortesana          Es una oportunidad para hablar sin la sofocante formalidad de la sala, y para rendir homenaje a su madre en un lugar donde ella encontraba consuelo.                 Hizo un sutil gesto con la mano, indicándole que liderara el camino.                        Le aseguro que mi silencio estará a la altura de la belleza de sus jardines. Liderad.
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Harald asintió lentamente, sus ojos grises fijos en los de ella, registrando la genuina fatiga detrás de la máscara de serenidad. El reconocimiento en sus palabras           /        El honor es el único legado duradero, Princesa.       /         respondió Harald, su voz manteniéndose en un tono bajo y solemne.          Me alegra que la memoria de mi padre, y la de mi Casa, sean respetadas en este lugar. Esos lazos son más fuertes que cualquier acuerdo escrito.      Solo puedo esperar que su madre descanse en paz y que la sabiduría que ella le ha inculcado le sirva de ancla      /      concluyó Harald con un leve movimiento de cabeza, un gesto que en él equivalía a una profunda reverencia.
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​Hal se encontraba en un jardín interior de un complejo palaciego dorniense. El lugar era una trampa de belleza exótica, flores que nunca había visto en el norte, fuentes y canales de agua que murmuraban serenamente, contrastando con el calor seco del exterior. El aire estaba cargado del dulce aroma de los árboles de naranja y el jazmín.
          ​Para Hal, sin embargo, el ambiente era sólo otra manifestación excesiva de la pasión dorniense, una distracción innecesaria. Caminó por el sendero de gravilla con su acostumbrado desinterés, buscando el punto de reunión. Finalmente, la encontró. La Princesa Meira Martell estaba sentada en un banco de mármol bajo la sombra de una pérgola, leyendo un libro o examinando unos pergaminos. Su apariencia era la de la nobleza del desierto: elegante, adaptada al calor, y con el aura de autoridad inconfundible de la Casa Martell. Hal se acercó, deteniéndose a unos pocos pasos. No hizo una reverencia ni ofreció un saludo formal. Para él, ella era un medio para un fin político, y su estatus como hijo de la Princesa Rhaenyra lo ponía por encima de las formalidades locales. Su voz rompió el suave murmullo del agua, llevando consigo un matiz de impaciencia contenida, como si el tiempo que pasaba allí fuera robado de asuntos más importantes. ─── Princesa. Entiendo que tenía algo que discutir con los asuntos familiares que me trajeron a este lugar.─── ​Se detuvo y la miró fijamente. Sus ojos Valyrios no mostraban calidez.

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Hal no se inmutó. La mirada sostenida de la Princesa Martell y su lento gesto de enrollar los pergaminos fueron interpretados por él no como autoridad, sino como un teatro innecesario. Estudió su figura con ojos desapasionados, su paciencia ya casi agotada. ─── La desesperación, Princesa, es un concepto que solo entienden aquellos que temen perder lo que ya poseen. Yo solo veo la urgencia de los asuntos de Estado que me han traído hasta aquí.─── Dio un paso hacia el banco, pero se mantuvo de pie, negándose a tomar asiento y cederle cualquier ventaja de comodidad. Su voz era un bisturí de calma helada. ─── El estado de sus jardines y los sentimientos sobre su difunta madre me son absolutamente irrelevantes. Tampoco estoy aquí para tomar el sol ni para admirar la lentitud con la que trabaja. Yo soy un Velaryon, y cada día que se desperdicia en formalidades floridas es un día ganado por la facción equivocada.─── Se inclinó ligeramente, pero solo lo suficiente para enfatizar la gravedad de su siguiente punto, sin caer en la reverencia.───He viajado una gran distancia por orden de la Reina. Dígame, sin rodeos, cuál es el precio. ¿Qué exige su Casa para ofrecer a mi madre lo que ha prometido? Hable de términos, Princesa. Hable de política.
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/Ante Meria, Eira adoptó una elegancia natural, sutil—. Princesa Meria. —dijo con un gesto digno—. La Casa Blackwood agradece vuestra hospitalidad en tiempos tan duros. Que el sol de Dorne brinde claridad y alivio a vuestro espíritu. Estamos a vuestra disposición mientras dure nuestra estancia.

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/ inclinó ligeramente la cabeza, un gesto medido y delicado, como si temiera añadir peso a un corazón ya herido. La luz cálida de los jardines dornienses acariciaba sus facciones, suavizando la firmeza habitual de su postura—. No pretendía ofrecer consuelo fácil, Alteza. —respondió ella con una voz baja, templada por una calidez sincera—. Solo recordarle que incluso en el duelo, no está sola. Dorne se mantiene de pie por usted… y quienes hemos venido a honrar a su madre estaremos aquí mientras nos lo permita. —sus ojos, oscuros y atentos, recorrieron con respeto el lino blanco que la princesa llevaba en señal de luto—. Su temple no ha pasado desapercibido. Hay fortaleza en usted, incluso ahora. —añadió, no para aliviar, sino para reconocerla. Entonces, con suavidad, casi como si ofreciera una mano sin llegar a extenderla:— Y mi palabra permanece, princesa Meria. Si requiere compañía, silencio, o simplemente un rostro que no exija nada… solo dígalo.
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