Narukami Kurosawa nació en la Capital de Inazuma, en el corazón de una familia marcada por el peso de la tradición militar. Su linaje llevaba generaciones sirviendo en la Comisión Tenryou: su padre, su abuelo y hasta su bisabuelo habían entregado sus vidas a la defensa del shogunato, y su nombre estaba grabado en las crónicas de servicio de la nación.
De niño, admiraba profundamente a los soldados que patrullaban las calles con paso firme, y soñaba con el día en que pudiera marchar junto a ellos. Pero no se conformaba con soñar: desde muy temprana edad comenzó a entrenar con disciplina inflexible, guiado por la exigencia de su padre. Mientras otros jóvenes jugaban o se distraían, él pasaba horas perfeccionando sus posturas, fortaleciendo su cuerpo y templando su carácter.
El poder llegar hasta ahí no fue fácil. La dureza del entrenamiento lo forjó, pero también lo aisló. Con el tiempo, aprendió a convertir la soledad en compañera y el silencio en fortaleza. Su voluntad se volvió tan firme como la lanza que blandía, y pronto comenzó a destacar como un joven prodigio en combate. Sus superiores reconocían no solo su destreza, sino también su capacidad para mantener la calma en medio del caos, una cualidad indispensable para liderar.
A los veinte años, alcanzó por fin el objetivo que había perseguido desde la infancia: integrarse oficialmente en la Comisión Tenryou. Aquel momento, lejos de ser un punto de llegada, marcó el inicio de una vida de servicio absoluto. Con apenas unos años en la comisión, Kurosawa ya había demostrado ser uno de los militares más destacados de su generación. Su nombre comenzaba a ganarse respeto entre soldados y oficiales, quienes lo veían como un joven destinado a alcanzar grandes rangos dentro del ejército.
