SoyNiccoloBennett

SoyAoifeBuxbaum

Aoife pedaleaba rápido, como siempre. Su mochila térmica golpeaba levemente su espalda en cada curva del camino. El viento le revolvía los
          mechones que escapaban de la capucha negra que no se quitaba ni siquiera en los días calurosos. En la isla todos se conocían, o al menos se creían con derecho a saber quién eras… y ella no podía
          permitirse eso.Tenía metas. Una cifra fija en la cabeza. Cada entrega era un paso más hacia su transición. La notificación sonó en su celular: Pedido nuevo – Villa Amara – Cliente: Niccolò B.
          Su mente, ya adormecida por la rutina y el cansancio, apenas reaccionó al nombre.
          Solo suspiró, aceptó el pedido y giró por la cuesta más empinada del pueblo sin pensarlo mucho.
          Le dolían las piernas. Le dolían los días.Pero dolía más la espera.Los ahorros iban lento. La vida, más.
          La pizzería ya la conocía bien. No hablaban mucho con ella, pero no le hacían preguntas, y eso bastaba. Recogió dos cajas medianas, las metió en su mochila térmica, agradeció con un gesto de cabeza y salió de nuevo, tragándose el nudo que llevaba en la garganta desde la mañana. Villa Amara quedaba al borde de los acantilados del norte. Un lugar apartado, con vista al mar.El camino de tierra estaba resbaloso por la humedad del mar. Su bicicleta chirrió, protestando bajo el peso y la cuesta, pero ella no paró. El corazón le latía con fuerza, más por el esfuerzo físico que por ansiedad… al menos hasta que vio la verja blanca, medio oxidada, con el cartel: Villa Amara.Aparcó la bicicleta cerca del buzón.Se bajó la capucha un poco más. Sacó las dos cajas de pizza, cuidando que el vapor no le humedeciera los dedos. Inspiró profundo.Una. Dos. Tres veces. Y finalmente, subió los tres escalones del porche y tocó la puerta, con las cajas firmes en las manos.

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—Es Aoife. Aoife —dijo con firmeza, mirando su herida y apretando los labios al sentir un nuevo pinchazo de dolor.Puso una mano detrás de su espalda, que le dolía aún más que la rodilla. Cerró los ojos por un segundo, soltando un suspiro cansado, de esos que no salen solo por el dolor físico, sino por el peso del día, de todo lo acumulado. Solo quería que todo acabara, que él terminara de una vez y poder irse a casa a dormir al menos cuatro horas… si su día, y el mundo, se lo permitían. —No estoy acostumbrada a que alguien me toque sin pedirlo —murmuró al cabo de unos segundos, sin atreverse a mirarlo—. Así que solo… acaba rápido, ¿sí? -Había cansancio en su voz. 
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Lo miró incrédula, negando con la cabeza como si no pudiera creer que realmente estaba ahí, actuando como si no hubiera pasado nada. Recibió sus cosas con un gesto seco, sin agradecerle, y buscó dentro hasta encontrar lo que necesitaba. Sacó las vendas y el frasco de alcohol, y comenzó a intentar curarse, pero en el intento terminó hiriéndose un poco más, soltando un quejido ahogado por el ardor que le recorrió la piel.—Jódete... —murmuró por lo bajo, más hacia sí misma que hacia él, con el orgullo herido y la frustración temblándole en los dedos.No quería que la viera así, vulnerable. O peor, que pensara que necesitaba su ayuda. Pero por más que lo intentaba, las manos le temblaban, y el ardor no paraba. Apretó los dientes, volviendo a intentarlo, esta vez con más cuidado. No le iba a dar el gusto de rendirse frente a él. —Si de verdad quisieras ser amable —agregó sin mirarlo, con la voz baja pero firme—, no estarías sonriendo como si esto fuera un maldito chiste.
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Asomó una mano a su frente para cubrirse del sol y, al verlo, se fastidió de inmediato, rodando los ojos con un gesto evidente de molestia. —¿Ah, sí? Qué horrible... —murmuró con sarcasmo, sin ganas de seguirle el juego.Trató de levantarse, pero su pierna dolía más de lo que esperaba, así que soltó un suspiro frustrado. Aun así, no se quedó ahí. Miró en todas direcciones, ignorando por completo al chico, buscando su mochila que se había salido del canasto de la bici. La localizó unos metros más allá y, arrastrándose un poco, estiró el brazo para alcanzarla. Sabía que ahí llevaba unas vendas y un pequeño frasco con alcohol. Nada que no hubiera necesitado antes. Mientras revisaba el contenido, evitaba cruzar la mirada con él. No quería darle la satisfacción de pensar que su presencia era relevante.—¿No tienes algo mejor que hacer que burlarte de alguien en el suelo? —disparó de pronto, sin levantar la vista. —O esto también forma parte de tu rutina de superioridad matutina.
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