SoyJasperBlack
La noche estaba en calma, como si el universo hubiera hecho una pausa solo para él. La ciudad, allá abajo, parecía lejana, ajena. Jasper se encontraba solo en la terraza que había decorado con sus propias manos durante la tarde, cuidando cada detalle con una dedicación que no podía ocultar. Las luces cálidas colgaban de los extremos del toldo, balanceándose apenas con la brisa suave. Sobre la mesa, un mantel oscuro, dos copas vacías, un florero pequeño con gardenias frescas, y un par de velas a punto de derretirse por la ansiedad de encenderlas demasiado pronto.
Llevaba una camisa blanca arremangada hasta los codos, ligeramente arrugada por tanto moverse, y el cabello peinado… más o menos. Había estado pasándose los dedos por el flequillo cada cinco minutos. No sabía si era por nervios, por emoción, o porque así podía distraerse de mirar el reloj otra vez.
Jasper suspiró. Tenía las manos dentro de los bolsillos, y aunque se había dicho mil veces que “todo estaba listo”, aún repasaba mentalmente si no se le había olvidado algo.
—Ok… el vino está frío, la comida sigue caliente, los niños están bien —murmuró para sí mismo, sonriendo con suavidad—. Y yo... bueno. Estoy jodidamente nervioso, otra vez. Como si fuera nuestra primera cita. Idiota.
Se rió solo, bajito, mientras caminaba hacia el borde de la terraza. Apoyó los antebrazos en la baranda, mirando las luces de la ciudad, pero sus ojos no veían nada de eso. Solo pensaban en Nick, esperando su llegada.
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La tristeza que antes se alojaba en sus ojos comenzó a disiparse como niebla al sol. Jasper se echó a reír bajito cuando Nick hizo aquel gesto con las manos, exagerando apenas lo justo para arrancarle una sonrisa genuina, de esas que curan lo que no se dice. Era imposible no sentirse mejor con él cerca, con esa manera de abrazar el alma incluso en medio de una simple broma.
—Eres el amor más dulce que pudo tocarme, ¿lo sabes? —murmuró mientras pasaba un brazo por la cintura de su esposo, aún con él sobre sus piernas—. Si te sientas así, no quiero que te bajes nunca.
Lo besó de nuevo, más liviano esta vez, solo rozando sus labios con ternura, como si sellara la promesa de un momento eterno.
Y justo entonces, como si el universo respondiera a esa paz restaurada, el camarero llegó con el primer plato. Una suave mezcla de aromas envolvió la mesa: crema de calabaza con un toque de jengibre, decorada con pétalos comestibles y pan artesanal tibio a un lado. Jasper sonrió con asombro teatral.
—Mira nada más —dijo alzando las cejas con fingido dramatismo— Vamos a brindar por nosotros, amor —dijo mientras alzaba su copa con un brillo renovado en la mirada—. Por cada noche en vela, por los días caóticos, por las risas, los llantos... y por todos los capítulos que nos faltan escribir.
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El mayor lo miraba como si no hubiera nada más en el mundo. Cada palabra ajena era como un susurro sagrado que se alojaba directo en su pecho, llenando los espacios donde alguna vez hubo temor o incertidumbre. Su pulgar respondió al roce, acariciando suavemente la piel que tantas veces había sostenido entre sueños, lágrimas y risas.
Sus ojos brillaron cuando escuchó aquello de "detener su mundo", porque eso mismo sentía desde el primer día: que el tiempo se volvía maleable con Nick cerca, que la vida cobraba un sentido distinto cuando lo tenía delante.
—Te escucho decir esas cosas… y siento que no merezco tanto amor —susurró con voz temblorosa, sin apartar la mirada de su rostro—. Pero al mismo tiempo, quiero hacer todo para merecerlo. Porque tú... tú eres mi hogar, Niny, eres mi paz también. Mi familia. Mi siempre.
Sintió un nudo formarse en la garganta cuando el menor besó su mano. La calidez del gesto, la solemnidad con la que hablaba, todo le removía los cimientos del alma.
—Y yo soy tuyo, completamente —dijo con dulzura—. Lo he sido desde antes de que me atreviera a decirlo. Desde que te vi preocuparte por todos, desde que noté cómo cuidas de lo que amas con esa pasión tan tuya. Hoy, no hay niños, ni horarios, ni caos. Solo tú… y yo.
Se inclinó entonces, rompiendo un poco la quietud, y besó la frente de su esposo con una devoción serena.
—Vamos a hacer de esta noche algo inolvidable, mi principito —susurró—. Vamos a llenar cada minuto de amor, del bueno. Del nuestro.
Y entonces volvió a apretar su mano. Era solo el inicio, pero ya sentía que lo tenía todo.
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Cuando Nick se acercó y sus manos se entrelazaron, él sintió que todo el esfuerzo de esa tarde —las luces, las flores, la espera— valía la pena solo por ese momento. Podía ver en sus mejillas ese rubor adorable, ese gesto tan suyo que conocía desde que eran casi unos críos, y que seguía apareciendo cuando algo lo sobrepasaba de emoción. Cuando escuchó su voz, tan suave y dulce, sintió que el corazón le palpitaba como la primera vez. Le dedicó una sonrisa tranquila, de esas que expresaban más que las palabras.
—Te ves hermoso —le dijo en voz baja, como si fuera un secreto solo para ellos dos—. Siempre lo haces, pero esta noche... hay algo distinto. Será el cielo, las velas, o quizás solo eres tú. Brillas más que todo lo que puse aquí.
Cuando Nick hizo su puchero, no pudo evitar reír suavemente. Era tan Nick, tan suyo.
—No es justo que pongas esa carita —añadió, con fingido reproche mientras acariciaba su mejilla con el dorso de la mano—. Así me vas a obligar a darte todos los postres antes de tiempo.
Al escuchar la confesión de su nerviosismo, sintió un nudo dulce en el pecho. Se inclinó apenas para apoyar su frente contra la suya, dejándola allí unos segundos.
—No tenías que verte bonito para mí… tú solo tenías que llegar. Y lo hiciste, mi amor. No sabes cuánto significa eso para mí.
Cuando Nick lo guió hacia la mesa y lo obligó a sentarse, Jasper solo sonrió, dejando que él tomara las riendas. Se sentaron frente a frente, pero no soltaron sus manos ni por un segundo. La noche seguía joven, pero entre sus dedos ya latía una eternidad.
—¿Nos quedamos así un rato más? —susurró—. Me gusta cuando el mundo se detiene contigo.
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