—Te lo mereces, Rolanda, eres la mujer más hermosa y debe haber alguien que te lo haga saber, no digo que no sepas que lo eres pero me refiero a que me gustaría que sepas que yo lo noto y... —al notar que comenzó a balbucear de quedo callado sintiendo como la vergüenza se hacía presente y su rostro ardía un montón hasta el punto que si tocaban sus orejas sentirían como hervía la sangre. Muchos le habían dicho que para ser alguien tan grande tenía un corazón tan chiquito que debían proteger por lo que sabía lo que la mayoría pensaba de él como un dulce y tierno hombre—. Perdón por el balbuceo, es que me pongo nervioso ya que nunca trate a una mujer como usted y ya comencé a decir cosas que no debía... Lo que me refiero es que usted es distinta a las demás y no se como acercarme a usted —confesó rascando su nuca y mirando con un poco de timidez.