ㅤ⠀ㅤ𝑺𝒄𝒂𝒓...

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Su talento natural para los explosivos la convirtió en estudiante prodigio: mezclas que detonaban con precisión quirúrgica, cargas que silenciaban una puerta sin romper muros, detonadores compactos que hacían llorar a las cerraduras. Pero lo que la elevó fue su otra obsesión: el combate cuerpo a cuerpo. Inspirada por modelos imponentes —como la figura pública que le servía de espejo brutal— entrenó hasta convertir su cuerpo en arma: agarres que partían la voluntad del adversario, patadas que parecían poesía fracturada y una presencia que se comía la sala.
            
            Ell nunca se conformó con la violencia mecánica; la convirtió en estética y ritual. Sus detonadores llevan nombres escritos con tinta invisible. Sus guantes (de cuero curtido y remaches) están calibrados para transmitir descargas que desorientan tanto como lastiman. En combate, sus movimientos recuerdan a un baile marcial: elegante, letal y deliberadamente teatral. No busca la gloria pública —la sombra es su aliada— pero hay una ironía: su nombre ya circula en susurros entre las cloacas del inframundo académico, y algunos la veneran como símbolo de belleza y peligro.

Scarlett nació una noche de invierno en el viejo distrito portuario de Francia, cuando las grúas crujían como bestias metálicas y el humo de los barcos pintaba el cielo de rojo herrumbre. Hija de una bailarina de cabaret desaparecida y de un estrafalario inventor que gustaba de probar explosivos en la playa, creció entre chispas, engranajes y cuentos a media. Su madre la llamaba "Ruby" porque decías que su primer llanto había sonado como el choque de cristales; su padre, siempre poeta de taller, le añadió "Scarlett" como una promesa: “del fuego y de la sangre, serás más que ceniza”.
            
            Desde pequeña, Scarlett aprendió a moverse como una sombra con intención. La calle le enseñó equilibrio sobre tuberías, cómo catapultar las piernas para esquivar una emboscada, y a leer el silencio de las plazas para saber cuándo era seguro pasar. A los diez años ya desmontaba relojes y fabricaba pequeños petardos con el mismo cuidado con que otras niñas tejían pulseras; a los trece había quemado, por accidente, la puerta del cobertizo de su padre y la quemazón dejó en su rostro una cicatriz en diagonal que ahora acentúa su mirada helada. Le quedó, además, una lección indeleble: "todo fuego reclama precio".

ㅤ⠀ㅤ⋆.˚✮  Scarlett Ruby Rousseau. ✮˚.⋆