¿Y creéis entonces que el silencio es virtud, y la luz debe guardarse como si el mundo no la necesitase? Decís que vuestra espada se niega a ser blandida, como si el acero tuviera voluntad propia pero os diré esto: una espada que no se alza, no es misterio, es ruina. Es olvido. Las canciones no se escriben sobre aceros dormidos, sino sobre aquellos que supieron decidir cuándo cortar y cuándo ceder. Habladme de paciencia, si queréis, de montañas que no se mueven. Yo prefiero el fuego que arrasa rápido pero deja huella. Vos esperáis que todo lo alto caiga, yo nací para volar, aun sabiendo que puedo arder. Y si el peligro aguarda y no siempre ruge, como vos decís, mejor que me encuentre danzando entre las llamas, con los ojos bien abiertos y la espada; sí, esa que sí se deja blandir, lista para recordar por qué los dragones nunca se esconden. Y aunque, en efecto, respeto vuestra decisión… os pido, pues, que respetéis la mía. Si he de dejar huella, que sea con acero en mano, bien blandido pues cuando los cuervos vuelen sobre los campos en ruina, no cantarán sobre los que esperaron. Cantará el viento, sí, sobre aquella que montó su dragón en plena noche y, sin escudero ni estandarte, cruzó el cielo ardiendo para salvar a un castillo sitiado. Y si no cantan, entonces que teman. Pues yo no necesito canción alguna para justificar mi fuego.