Él lentamente se fue acercando. No con aires de presunción, ni tampoco altanería; solo era él, un hombre, un dios, un hermano que quería resolver las cosas con aquel dios de la oscuridad. Trae entre sus manos una caja repleta de joyería, oro y algún que otro artículo peculiar y de alto valor. Con un suspiro, toca tres veces a la puerta del templo tras subir las escalinatas, está ansioso, y el golpeteo de sus dedos contra la madera de caoba lo delatan, además de su irregular respiración. Suspira, permitiéndose aliviarse un poco.
— Tezca. — Pronuncia ese nombre como quien quiere arrodillarse y pedir perdón. No será fácil disculparse, y lo sabe, pero no puede más. No puede más con el hecho de no ver a su querido hermano mayor, que pese a todo lo que sucedido entre ambos, no deja de ver con el mismo cariño y aprecio de la lejana tierna infancia. — Tezcatlipoca. — Pronunció en un tono más alto, queriendo ser escuchado. — Soy yo, tu hermano. Por favor, déjame hablar contigo.