SoyTheodoreRoss

GOLDEN BOY.

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Aunque intenta disimularlo, a Theo se le nota cada vez que Ophelia entra en la sala común de Gryffindor a buscarlo para hablar, cada vez que la ve discutir con Corbin, y sobre todo, cada vez que ella lo abraza como si no supiera que le está rompiendo el corazón.
          	  
          	  A pesar del dolor silencioso que carga, Theo no deja de ser quien es: entrena cada día con pasión para convertirse en un jugador profesional —no para superar a su padre, sino para honrarlo—, ayuda a los de primero con sus deberes, defiende a quienes sufren bullying (incluso cuando viene de Slytherin), y sigue creyendo que el amor, incluso el no correspondido, puede ser algo hermoso.
          	  
          	  Y aunque todos en Hogwarts lo ven como el chico perfecto, pocos saben que su mayor deseo no es fama ni gloria. Es más simple. Es que algún día, Ophelia Greengrass deje de mirar a todos como si los tuviera en la palma de la mano… y lo mire a él como si fuera lo único que ve.
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Desde su primer año en Hogwarts, Theodore Ross brilló sin siquiera intentarlo. Con su sonrisa desordenada, su risa contagiosa y esa forma despreocupada pero encantadora de ser, no tardó en ganarse el apodo de “el golden boy de Gryffindor”. Alto, atlético y de cabello castaño claro, Theo no solo destacaba por su talento en el quidditch, sino por su corazón enorme.
          	  
          	  Hijo de Elliot Ross, una leyenda del quidditch internacional y ex capitán de los Chudley Cannons, Theo creció rodeado de reconocimiento y presión. Pero en lugar de volverse arrogante, aprendió de su madre —una sanadora de San Mungo— a mantener los pies en la tierra y tratar a todos con amabilidad, sin importar su sangre, casa o estatus.
          	  
          	  Desde primer año, su mejor amiga ha sido Ophelia Greengrass, la perfecta Slytherin: elegante, manipuladora, intimidante y absolutamente brillante. Ophelia tiene la gracia de una reina y la lengua afilada de una serpiente. Donde Theo es dulzura, ella es estrategia. Donde él ve lo bueno en todos, ella ve debilidades. Pero por alguna razón, a ella siempre le ha agradado Theo. Quizás porque, en un mundo donde todos quieren algo de ella, él simplemente la quiere a ella… tal como es.
          	  
          	  A medida que crecieron, Theo cayó perdidamente enamorado de Ophelia, aunque jamás se lo ha dicho. No por miedo al rechazo —eso no lo detendría—, sino porque Ophelia está con Corbin Travers, un Slytherin mayor, arrogante, celoso, cruel… y todo lo que Theo desprecia.
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Ophelia llegó hasta la puerta del vestidor de la mano de Corbin, sin hablar mucho. Ella lo miraba de reojo, él le sonría a todos los que pasaban a su lado. Todas, si somos más específicos. Pararon en la puerta, ella le sonrió, él le dio un beso y le acarició la mejilla. “Nos vemos luego, Lía” 
          
          Ella solo sonrió. Si, solo sonrió. Como si nada. Lo vio entrar y aún con esa sonrisa en sus labios, suspiró. Dió media vuelta, como si nada. 
          
          Ella caminó hasta la carpa frente a la de Slytherin. El escudo de Gryffindor en la entrada, los jugadores del equipo salían, algunos nerviosos, algunos más calmados. Él no salió.
          
          Él, Theo, su otra mitad, ese salvavidas de ojos lindos y voz rasposa pero dulce. Ella se esquivó entre los otros Gryffindor y abrió esa lona. 
          
          Él estaba ahí sentado, calmado, ajustando su ropa. Ella se apoyó contra la columna y sonrió. Él notó su presciencia al instante, sonrió también.
          
          — ¿Nervioso? — esa voz dulce se escapó entre sus labios, sin borrar esa sonrisa mínima.
          
          

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Ese saludo era su parte favorita de cualquier evento importante. Era simple, íntimo, pero suyo. 
            
            Ella lo miró nuevamente con una sonrisa suave, se dieron la mano y al instante hicieron esa mezcla de señas cortas que los hacían reír de lo ridiculas y tiernas a la vez. Una palmada, choqué los cinco, algo así, tan infantil.
            
            Ambos rieron y finalizaron con un abrazo. Ophelia volvió a mirarlo al separarse, sin borrar esa tonta sonrisa de su rostro. Suspiró. 
            
            — Suerte, Theo — soltó para romper ese silencio que no terminaban de decidir si era cómodo o reconfortante. 
             
            Él pasó un brazo por el hombro de ella y la acercó en un abrazo más informal, le dio un pequeño beso en la frente. Un pequeño “Adiós” se escapó de los labios de ella, él asintió y ella salió de la carpa, en camino a las gradas. Algo ida.
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Aunque intenta disimularlo, a Theo se le nota cada vez que Ophelia entra en la sala común de Gryffindor a buscarlo para hablar, cada vez que la ve discutir con Corbin, y sobre todo, cada vez que ella lo abraza como si no supiera que le está rompiendo el corazón.
            
            A pesar del dolor silencioso que carga, Theo no deja de ser quien es: entrena cada día con pasión para convertirse en un jugador profesional —no para superar a su padre, sino para honrarlo—, ayuda a los de primero con sus deberes, defiende a quienes sufren bullying (incluso cuando viene de Slytherin), y sigue creyendo que el amor, incluso el no correspondido, puede ser algo hermoso.
            
            Y aunque todos en Hogwarts lo ven como el chico perfecto, pocos saben que su mayor deseo no es fama ni gloria. Es más simple. Es que algún día, Ophelia Greengrass deje de mirar a todos como si los tuviera en la palma de la mano… y lo mire a él como si fuera lo único que ve.
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Desde su primer año en Hogwarts, Theodore Ross brilló sin siquiera intentarlo. Con su sonrisa desordenada, su risa contagiosa y esa forma despreocupada pero encantadora de ser, no tardó en ganarse el apodo de “el golden boy de Gryffindor”. Alto, atlético y de cabello castaño claro, Theo no solo destacaba por su talento en el quidditch, sino por su corazón enorme.
            
            Hijo de Elliot Ross, una leyenda del quidditch internacional y ex capitán de los Chudley Cannons, Theo creció rodeado de reconocimiento y presión. Pero en lugar de volverse arrogante, aprendió de su madre —una sanadora de San Mungo— a mantener los pies en la tierra y tratar a todos con amabilidad, sin importar su sangre, casa o estatus.
            
            Desde primer año, su mejor amiga ha sido Ophelia Greengrass, la perfecta Slytherin: elegante, manipuladora, intimidante y absolutamente brillante. Ophelia tiene la gracia de una reina y la lengua afilada de una serpiente. Donde Theo es dulzura, ella es estrategia. Donde él ve lo bueno en todos, ella ve debilidades. Pero por alguna razón, a ella siempre le ha agradado Theo. Quizás porque, en un mundo donde todos quieren algo de ella, él simplemente la quiere a ella… tal como es.
            
            A medida que crecieron, Theo cayó perdidamente enamorado de Ophelia, aunque jamás se lo ha dicho. No por miedo al rechazo —eso no lo detendría—, sino porque Ophelia está con Corbin Travers, un Slytherin mayor, arrogante, celoso, cruel… y todo lo que Theo desprecia.
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