Fuego y ceniza, esperaba saludarte otra vez. ── Bajó de una nube y, al quedar ante su belleza, el habla lo abandonó. ── Siéntete bien recibida por cada griego a mi mando y si no le sonríen les pondré un rayo entre los dientes.
Sus manos se alzaron, poderosas en el aire, para desplegar su ofrenda: un manto tejido con relámpagos, con filamentos de tormenta entrelazados con oro. Cada hilo chisporroteaba, vivo, vibrante. Él estaba satisfecho...
Y sin más, sin aviso ni invitación, lo dejó caer sobre sus hombros.
Bienvenida, Tlazoltéotl.