—Visto el pecado con palabras bonitas porque así convierto la perdición en arte, porque joder, seamos sinceros, si voy a arrastrarte de nuevo al mismísimo infierno, al menos espero que entres mojándote solo de oírme hablar. Oh, ¡vaya! me halaga que quieras devorarme, con elegancia o con crudeza, aunque si tuviera que elegir, preferiría una mezcla de ambas. Sin embargo, no sé por qué, pero siempre termino haciéndolo a lo rudo, será que lo suave me da alergia. —La comisura de sus labios se elevó levemente ante su amenaza desnuda, y aún así, siguió hablando—: Ay, te sorprendería saber cuántas veces me he reído en las tabernas con los labios partidos tras una pelea. No me subestimes por ser humano. Algunos nacen con magia, otros con malicia. Yo nací con una sonrisa afilada y cero miedo a morder la mano que me tienta. Entiendes lo que te digo, ¿verdad? En cuanto a los gritos, no quiero presumir, pero dicen que hasta los ángeles bajan el volumen cuando yo empiezo a deleitar el oído del otro con ellos. Además, ¿qué clase de paraíso es ese al que solo puedes llegar si rechazas el vino, la risa y el roce de algo prohibido? Si hay que llegar sobrio, casto y aburrido, entonces prefiero perderlo dos veces. —Carrion, en lugar de retroceder, mantuvo su postura cuando el demonio se le acercó, sin apartarse ni un centímetro. Su mirada fija denotaba desafío, siempre con ese brillo burlón tan característico de él—. Oh, no te preocupes por eso. (+)