SoyElisabetaVarkolak

Fuera de la ventana, la noche invernal se había apoderado del paisaje. Copos de nieve gruesos y silenciosos caían sin prisa cubriendo el jardín con un manto blanco y basto. No había luna visible, solo la oscuridad profunda del cielo, rota por el tenue resplandor que la nieve refleja desde algún lugar en el jardín del hogar. Dentro, la chimenea se movía con fuerza, lanzando chispas que iluminaban la estancia, ahuyentando las sombras y arrojando un resplandor dorado sobre los tapices y los muebles de madera oscura. —
          
          Mientras, Elisabeta sentada en una butaca frente a la chimenea, tejiendo lo que parecía una manta. Al oír el crujido casi imperceptible de la puerta al abrirse, Elisabeta alzó la mirada de su tejido. Sus ojos se iluminaron al instante con una chispa de reconocimiento y una sonrisa serena curvó sus labios mientras dejaba su labor a un lado con movimientos pausados. — Esposo mío, ¿Todo en orden?

SoyElisabetaVarkolak

Elisabeta extendió una de sus manos vacías hacia el, haciéndole espacio a su lado en el amplio sofá como solía hacerlo en días de tanta tensión como aquél — Mi amor... Tu lugar está, y siempre estará, a mi lado. Ven aquí.
            — Cuando él se acercó, se inclinó hacia adelante y alzó sus calidas manos acunando el rostro pálido de su marido entre sus palmas. Sus pulgares acariciando suavemente sus pómulos altos trazando círculos tranquilizadores sobre su piel fría, como si pudiera borrar con su tacto el peso de las sombras que él arrastraba –
            
            Deja que se inquieten y que murmuren, esposo mío, su rencor es un eco vacío en comparación con el latido de nuestros corazones 
            — Murmuró en un tono firme pero al mismo tiempo tierno – hoy escuché como dos sirvientas cuestionaban nuestro linaje...¿Crees que si los santos nos dan un hijo...sea una aberración?
            — le preguntó con inquietud, sin dejar de mirarlo por completo –
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