# con el tiempo, su búsqueda de conocimiento dejó de centrarse en encontrar una cura. cuanto más se adentraba en el estudio de las maldiciones, más se daba cuenta de su belleza y complejidad. las maldiciones eran, a sus ojos, manifestaciones puras de emociones humanas, del resentimiento y la ira reprimida. y entre todas las maldiciones, hubo una que cautivó por completo su mente: ryomen sukuna, el rey de las maldiciones.
la fascinación de la hechicera por sukuna creció exponencialmente. no solo admiraba su poder, sino también su capacidad de dominar tanto el mundo de las maldiciones como el de los humanos. para ella, sukuna representaba el pináculo de la existencia maldita, un ser cuya fuerza, crueldad y poder eran dignos de adoración. lo que comenzó como una mera curiosidad se transformó en devoción.
yaekshū, embriagada por esta fascinación, fundó una secta en honor a sukuna. reclutó a otros hechiceros que, como ella, habían sido tocados por la oscuridad de las maldiciones y comenzaron a venerar a sukuna como un dios. para ellos, sukuna no era solo el rey de las maldiciones, sino el portador de una verdad profunda: el poder y la liberación que ofrece la maldad inherente a todas las cosas. yae llevó esta devoción a un punto religioso, inculcando en sus seguidores la creencia de que, al seguir a sukuna, podrían alcanzar una comprensión superior de la vida y la muerte, del poder y la fragilidad de la existencia.
así, la joven hechicera que una vez quiso salvar a su familia ahora caminaba por el oscuro sendero de las maldiciones, más cerca de convertirse en lo que siempre había temido, pero con una mente y corazón entregados a la causa de sukuna, el rey de las maldiciones... aunque ello le costase renunciar a su vida; darle la espalda a sus amigos, a su familia y a la joven aprendiz que alguna vez hubo sido, pero más importante, traicionando el único ápice de humanidad que le quedaba.