# los ōkami han sido vistos, desde siempre, como grandes protectores de la humanidad. los poblados celebraban el nacimiento de lobeznos, los bautizaban y esperaban pacientemente a que, tras sus ofrendas, el lobo volviera con carne fresca una vez hubiese crecido.
provienen de montañas, conocidos como los perros salvajes de las mismas. en japón, las leyendas sobre aventureros que terminan perdidos en las montañas siempre contienen a un lobo en ellas: el lobo es capaz de guiar al humano si no hasta su hogar, hasta la aldea más cercana. se dice que estas bestias sagradas son capaces de detectar las buenas y las malas intenciones, y que como seres honrados y justos que son, devoran al humano que han ayudado anteriormente si detectan cualquier resquicio de malicia en ellos.
la aldea shomigi siempre fue una muy prestigiosa: la comida nunca les faltó y el tiempo de cosecha pareció estar siempre de su parte. los kitsune no les causaban demasiados problemas; los tanuki hacían algunas travesuras, pero nada que los más ancianos del pueblo no supieran arreglar. así mismo, se dedicaban a hacer sacrificios constantes: entre sus bestias veneradas se encontraban los ōkami, a quienes ofrecían sal y frijoles de azuki y arroz, y una vez al año, cuando se estimaba que nacerían más cachorros de nuevas camadas, los aldeanos limpiaban sus casas y salían a contemplar a la luna.
el silencio era imprescindible en ese tipo de rituales. nadie podía musitar una mentira, no se podía derramar sangre más allá de la puramente surgida del ciclo natural femenino, y nadie, bajo ninguna circunstancia, podía matar a otro.
y así siguió el ritual durante muchos años, sin embargo, una noche sin estrellas y de luna llena, fue el cielo el que se tiñó de rojo. ese imprevisto no se había considerado en ninguno de los rituales anteriores, al menos no era algo de lo que los chamanes tuvieran registro. los eclipses lunares eran desconocidos para ellos, y lo atribuyeron a una lluvia de sangre.