aún cuando presenció como los ojos del hada se aguaban, rotos en un cristal que antojaba un derrumbamiento de su oceánica mirada, no se movió. no sabía lo que el derretimiento de aquellos ojos azules podía significar, por lo que mantuvo la sonrisa, aunque sus propios ojos inquirían una comprensión más allá del plano terrenal.
ladeó muy levemente la cabeza; los rizos se movieron, rebeldes. sabía que cuando recibía comida debía de dar las gracias: tomó aquello como un hecho que se repite cada vez que te dan algo que en un principio no te pertenece. un estímulo se sacudió en su interior, como si lo que iba a convertirse en un recuerdo vagara como un hilo en torno a su núcleo. —gracias. —murmuró.
pestañeó un par de veces al sentir cómo sacudía sus manos, ahora unidas, y se aferró a la contraria con un poco más de fuerza: no demasiada, era débil. —encantado. —reaccionó a su voz, dulce y suave. la sensación que le brindaba el contrario era acogedora, como la luz del sol contra la piel en un día frío. paseó la mirada esta vez por su cuerpo, no se parecía al resto de los que habitaban en askia; no sabía determinar por qué, pero eso llamó su atención.
—sí. —espetó, soltó la mano del joven feérico y llevó un índice a su pecho; señaló el lugar donde se suponía que estaba el corazón del hada. —bueno. —alzó una ceja. —la 'amistad' no puede, uhm,, desaparecer. —replicó, titubeaba un poco, buscando una correcta forma de expresarse. —zaephyr, eres agradable.