Sunny siempre fue un muchacho silencioso, eso Kel lo sabía desde que lo había conocido. Su silencio expresaba todo lo que no podía decir en palabras, la nada misma que representaba ese silencio, era justamente lo que más hablaba. Y aquella nada, no tardó en transformarse en monstruo. Y es que bien podría serlo. Tal vez lo era, podrido desde adentro en la raíz más Kel no sé sentía capaz de pensar así de su mejor amigo/casi algo más. No obstante, la verdad era innegable y por más que quisiera gritarselo y decirle: que hiciste, que hiciste, que hiciste, nos mataste. Nada de aquello sería verdad.
La muerte era un concepto que Kel nunca había experimentado antes de Mari, incluso la palabra era algo lejano que jamás se había puesto a pensar más allá de los videojuegos. ¿Y por qué habría de hacerlo? Hasta el momento su vida había estado plagada de sonrisas, juegos y helados más la muerte de Mari había marcado un antes y un después en la vida de todos. Había amado a Mari; no se asemejaba al amor que Hero le había tenido y, que sospechaba, aún le tenía (¿cómo superas algo así? ¿A tu primer amor? Él no podía hacerlo, incluso sin saberlo en aquel momento y viéndolo desde un punto muy lejano todos estos años. ¿Me ves ahora? ¿Sunny, me ves? Quiero que salgas, quiero verte), y su corazón se había sentido muy triste cuando murió y todos se separaron.
Suicidio, habían susurrado las lenguas y las puertas de su corazón dieron paso al dolor. El dolor es algo que conocía bien: un sentimiento fuerte y muchas veces abrumador que hacía que tu corazón hiciera crack crack crack y se escondiera detrás de cada sonrisa.