Ayer volví a ver a mi crush.
No un crush cualquiera, del tipo que ves en la calle y caes rendida, pero después lo olvidas.
Mi crush universitario, ese chico que vez pasar en el pasillo y tu mirada lo sigue de forma automática, aunque no sabías que estaba ahí, es como si su sola presencia activará algo en tu interior que alborota todo tu sistema y aunque él no repara en tu existencia, de igual forma te pones nerviosa.
Ese chico que hace latir tu corazón de manera desenfrenada y que no abandona tus pensamientos, imaginando cientos -miles- de escenarios imaginarios donde ambos coincidan y, finalmente, puedan hablar.
Ese chico que, a pesar de no haberlo visto durante meses, puedes reconocerlo fácilmente aunque tú estés en un auto en movimiento y el esté caminando en la banqueta de manera distraída mientras mira el suelo. Que a pesar de creer que era una página arrancada, te hace esbozar una gran sonrisa y suspirar mientras dices: ese es mi crush.
Ese chico que con una sola mirada puedo hipnotizarte y atraparte, volviendo tus sentimientos tan confusos, sentimientos que no son más que superficiales porque no lo conoces (no sabes nada de él), pero que se sienten reales.
Lo vi, y creí que todo estaba superado, pero con solo verlo por unos cortos segundos, trajo conmigo ese sentimiento avasallante y enredador que me hizo volver a buscar su perfil en Instagram solo por mera tradición... Y que por desgracia o azares del destino (o mi muy estúpida perseverancia) pude encontrar.
Que extraño se siente todo.
Y saber que tiene novia. (Ya lo sabía) Aún así, verla con ella en una foto, es... No lo sé, supongo que extraño, algo triste, pero raro. Para mí, claro, para estos sentimientos que no son más que un gusto unilateral.