El tiempo se torció, y la imagen nuevamente se repitió.
—¡¿Qué pasa con tu patética forma Hun Camé?! Eres tan vergonzoso de ver. ¿Donde acabo la fuerza y maldad de los señores de Xibalbá? ¡¿Porqué el gran Emperador del infierno esta como mierda sobre el suelo mientras su arma más poderosa esta siendo quebrada?! —voceo con todo pulmón, para que todos en el lugar escucharan. Sus carcajadas necias invitaban a crecer más la ira.
—¡Quita tus asquerosas manos de él Kiimsah, juro que te matare!—amenazó, alterando sus movimientos. Kiimsah saca de nuevo la daga, emboza la sonrisa más amplia y macabra.
—¡Muere, maldita!
—¡No! —Se alzó, rompió con todas sus fuerzas las cadenas, sin embargo... el tiempo le ganó.
Kiimsah enterró la daga y él cayo de rodillas. Su mirada y la de los demás estaban horrorizadas con la escena. Chorros de sangre se esparcieron por la tierra. El aire fuerte se llevo todo ruido y lo único que se escuchaba era el movimiento de las hojas del gran árbol de Ceiba.
No de nuevo…, dijo en su cabeza.
Los segundos parecieron horas.
El cuerpo inerte, cae en seco sobre el suelo.
➜ Fragmento: "La maldición de Zazil Ha".