A lo mejor, todo lo que voy a redactar es mi momento delirante, y supongo que eso está bien dentro de lo que quiebra las sinfonías.
He jugado demasiado con las bases del tiempo, llenando diarios hasta que mi alma abandone el cuerpo o mi mente desconecte la tragicomedia de mi vida. Porque, al final, me identifico como eso: un trágico y cómico existencialismo. No elevado, no bueno ni malo, sólo estúpidamente humano.
Supongo que sí, tenías razón. Así soy yo.
Supongo que sí, la vida ha marchitado las flores de mis huesos, arrastrándome hasta esta línea que no comprendo y que no quiero. Sin embargo, admito que la necesito. Admito que ya no me reconozco, que los fantasmas en el pasillo ya no me asustan. Ahora, en su lugar, se ha instalado la culpa, una ausencia de conciencia que pesa como un vacío insondable.
Nunca supe cómo pedir disculpas. Nunca aprendí a mirar de frente ese hueco en las tripas que no se me llena con risas. He regresado a ese lugar. Y sí, te digo que lo entiendo: sé cómo son las cosas. Pero, a esta edad, todo pesa más, ¿verdad?
Anoche estuve despierta hasta las 4 a.m., y confieso que los lazos comienzan a desmoronarse a partir de la medianoche. Me han dicho que nos convirtamos en lava de un solo pulso... pero no tiene sentido. No hay sincronía, no hay eco en sus palabras que alcance mi interior. No me entienden, y yo no sé cómo explicarlo. No soy de esa forma. Y tenías tanta razón al decir que así soy yo, que ahora siento que ya no soy.
