— ¿Te encontraste con ella de nuevo?
— Sí, estuvimos en el mismo lugar anoche. Apenas la vi, reconocí a la chica tierna que conocí hace un par de meses.
— ¿Y qué pasó? ¡Cuéntame todo!
— No pasó nada.
— ¿Cómo que nada?
— Nada, no pasó absolutamente nada. Sólo la vi.
— Pero eso ya me lo dijiste.
— La vi de lejos.
— ¿No se saludaron?
— No.
— ¿Por qué? Tú si que estás loco, llevas meses diciéndome que te mueres por verla de nuevo y cuando por fin logras encontrarte con ella ni siquiera la saludas.
— Es que tu no entiendes.
— No, créeme que no entiendo nada.
— Ella se reía todo el tiempo, se notaba que estaba feliz.
— Pero, ¿Por qué no la saludaste?
— Cómo te explico que me estaba acercando cuando de pronto apareció alguien que fue directamente hacia ella, le agarró la cara y le dio un beso. En ese momento descubrí que había perdido a la mejor chica que pude haber conocido en mi vida para siempre.
— Debiste buscarla antes.
— Debí, no lo hice. Probablemente sea de lo único que me arrepienta porque yo odio arrepentirme de algo, pero esto es una clara excepción.
— A veces es ahora o nunca, yo también lo aprendí.
— Pero sabes que, luego pasó algo muy extraño. Ella me miraba como si quisiera decirme algo y no sabía que hacer en ese momento.
— ¿Y qué hiciste? ¡Cuéntame!
— Escribí en un papel esto: «Te deseo toda la felicidad del mundo, porque tu fuiste mía. Si tú estás feliz, yo también lo estaré, así tú no estés a mi lado. No importa nada más» y antes de irme se lo entregué.
— ¿Te dijo algo?
— No en ese momento. Cuando llegué a mi casa tenía un mensaje en mi celular que decía: «Yo tampoco soy feliz…»