Oye, Az. Perdón por no haber seguido ayudándote con mis palabras, sé que prometí que seguiría y que no me iría al menos que tú lo pidieras. Igual puede ser que aún me lees pero ya jamás te atreviste a regresar.
Y está bien, no regreses, no quiero leerte, no quiero encariñarme, simplemente ya no respondas si me vuelves a leer, porque sí, seguiré escribiendo y dando mensajes de ánimo, hasta que ya no pueda más, aunque ninguno de los dos quiera.
Az ¿Sabes qué es lo que más odio de la nostalgia? Que siempre es tristeza al pensar en algo muy bueno que te pasó. Tú fuiste lo mejor que me pasó el invierno pasado, eras mi lugar seguro y en cada mensaje recalcaba que quería que estuvieras con vida. Pero es extraño como ese sentimiento se esfumó, aún no comprendo como, ¿de qué forma olvidé todo?, ¿por qué me emocionaban tus mensajes?, ¿por qué dormí con el celular en la mano con la esperanza de que me llegaría un mensaje tuyo?
En fin, no pasemos la pantalla, no pasemos más allá de mis escritos. Solo volvamos a esos once días en lo que no me respondiste y creí que le hablaba a la nada. Que sea así, vivamos en unos once días eternos en los cuáles, por más que esperare tu respuesta, que jamás llegue.
Y sí, por si lees esto en treinta años cuando ya estés grande, estoy molesta, porque me abandonaste.
Perdón si no soy Lluvia, perdón si no la puedo encontrar, perdón por no haberla detenido.