Ella lo veía, tenía en mente el hermoso cielo de color azul que se alzaba por encima de su cabeza y que ella podía observar en una tranquilidad infinita, sin las preocupaciones que la habían estado envolviendo en el ultimo año. Su hijo estaba a su lado, sonriendo a pesar del frío que rodeaba su piel, pero que no le quitaba el privilegio de poder observar las nubes en forma de animalitos que parecían nadar sobre él, desplazándose con suma lentitud, igual que las últimas horas que habían vivido. A lo lejos, si levantabas un poco la cabeza, podían notar a más personas, todas igual de tranquilas que ellos, con la misma mirada puesta en el cielo.
Los disparos que resonaban a lo lejos ya no tenían importancia, tampoco las destruidas casas cuya madera se estaba pudriendo debido a la humedad. Allí abajo, si ponías suma atención, serías capaz de oír los gritos de niños y mayores cuyos sueños habían sido ahogados sin una razón aparente, al menos, sin un motivo que fuera humano.
De repente, el azul cielo fue rasgado con algo blanco: un nuevo misil que llevaba la muerte inscrita en los deseos de quien lo había lanzado. Los miles de juguetes que flotaban en el agua parecían padecer un escalofrío. El rosa vestido, aun sin estrenar, de la abuela que vivía en la calle principal de aquel pueblecito fue llevado por la corriente, igual que las miles de vidas que fueron arrasadas en las horas anteriores.
El niño y su madre también siguieron la ruta impuesta por el agua, igual de venenosa que el odio del ser humano, siendo tan fría como los corazones de los que habían decidido acabar con las vidas de aquellos, quienes, nunca volverían a ver la luz del sol; habían sido enterrados bajo un manto de aguas que se convirtió en lo único que fueron capaces de sentir sus cinco sentidos antes de la inminente muerte.
Dedicado a los últimos sucesos en Ucrania.