Es cierto que somos muchos en el mundo. Que cada uno es diferente, que no hay dos personas iguales, que cada uno tiene algo especial, que cada uno destaca en algo, lo sepa o no. Que cada uno piensa de una forma distinta, que cada uno tiene sus manías y sus maneras. Que cada uno tiene sus gustos y para gustos los colores. Pero es que, he llegado al punto de mi vida que he descubierto cómo dos colores que no son iguales, dos colores distintos, con tonalidades diferentes, con una textura, un brillo diferente se pueden llegar a llevar increíblemente bien.
He llegado al punto de mi vida donde he tenido la suerte de poder encontrarme a dos personas que aún no siendo igual a mi, han sido todo para mí. Han sido mi razón por la que me levantaba todos los días. La ilusión que movía mi mundo, la ganas de levantarse que batían a las derrotas y a la sensación de dejarlo todo.
Cuando conoces a alguien así tu perspectiva de la vida cambia. Cuando disfrutas de momentos mágicos con alguien realmente buenos, te das cuenta que la vida es demasiado bonita como para perderte tan solo un segundo de ella. Y, te das cuenta de la cantidad de tiempo que has perdido en auténticas gilipolleces. En enfados que no tenían ni motivos, en discusiones que no tenían ni importancia.
Esa sensación de tocar la gloria, de tocar la auténtica felicidad, de auténtica plenitud, orgullo y seguridad en uno mismo que dura muchísimo menos de lo que quisiéramos. Pero qué dulce es, que bonita. Por muchas veces que se pueda vivir, cada cosquillez de ese tipo en la tripa resulta única e incapaz de poder asemejarse con la anterior. Nada en común con las demás.
Tan bonito, fácil, dulce, feliz, amargo, difícil, duro& Algo tan controvertido como el amor.