Decían, que cuando su mundo fue inundado una tonelada, ningun unicornio logró sobrevivir. Al igual que cuando sus esperanzas fueron humilladas por mil desiluciones, no volvió a creer, solo a imaginar que no podían ocultar aquellas mentiras que había fingido creer. O como cuando su camino se transformó en rotada, y no lograba salir de aquella burla de la vida. Y, si, estaba un poco loca, ¿Qué digo? ¿Un poco? Era la mayor locura que he visto hasta el momento, a la vez que la locura más humilde y bonita. ¿Que por qué? Porque su locura envolvía a los suyos de sonrisas y nuevos momentos, de nuevos recuerdos, de felicidad y un poquitin de amor. Aunque era fría, no como el hielo, pero si con el agua de la Antártida, y ella apenas se había dado cuenta de lo insensible que aparentaba ser para aquellos que no la conocían y lo sensible que puede llegar a ser pordentro.
Pero lo más bonito de ella: era su forma de querer. Sin normas, sin comas ni puntos, sin tildes, ni límites, hasta estar completamente borracha de mimos y cada vez que entraba a su cama y se aconodaba en sus brazos, perdía quinietas de besos y trescientas de abrazos, hasta que murió, de coma amólico.
Era realmente bonita, como roma, aunque ella se definía a sí misma como callejón, frío, mojado, y oscuro, en una noche de diciembre.
