Recuerdo vagamente una Navidad, la peor de todas ellas.
Era un domingo 25 de diciembre de un año que no recuerdo. Eran las 6 pm aproximadamente y el atardecer amenazaba con dar paso a la noche. Mi padre lloraba en silencio en el sofá y yo sólo fingía no notarlo mientras veía mis regalos una vez más. Una canción sonaba a un volumen alto pero cómodo, mi madre encerrada en su habitación, probablemente llorando también.
Yo sólo tomé mi auto de control remoto y salí al parque a jugar con él. Sin que ninguno de los tres se diera cuenta.
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