Escribir nunca me había dolido tanto como ahora que le escribo a un amigo fallecido.
Da un poquito de tranquilidad, es como un pequeño desahogo.
Mi consejo es que nunca se lo piensen tanto para escribirle a sus amigos, aunque sea un pequeño "¿cómo estás?"
Porque nadie en este mundo es eterno. Yo pensé que él siempre estaría ahí, que no hacía falta escribirle justo en el momento, en cualquier otro lo haría.
Pensar en que no hubo una última conversación, un último abrazo, una última vez...
Eso mata.
Le he hablado todos estos días, espero con todo mi corazón que Sebastián me esté escuchando y, en última estancia, me visite en mis sueños. Así podré tener esa última vez.
