Abrió los ojos lentamente, y lo primero que divisó fue el techo negro de la habitación en la que se encontraba. Confundida, se sentó en la cama donde había despertado y analizó el lugar desconocido.
No reconocía el sitio, ni sabía qué eran varios de los libros o adornos que se encontraban allí. Se levantó de la cama tambaleándose, dándose cuenta de que caminar le costaba; mantener el equilibrio parecía un verdadero desafío, ¡pero no se dejaría vencer por ello! Así que pasó un rato intentando caminar de forma correcta y cómoda para ella, y, cuando por fin lo logró, terminó tropezando con la pequeña alfombra de color rojo oscuro del cuarto.
—Auch —murmuró, levantando la cabeza del suelo y acariciando su rostro. Aunque no tardó demasiado en darse cuenta de que el dolor que sentía por el golpe era bastante leve, por no decir casi inexistente—. ¿Okey… eso es normal? —se preguntó en voz alta. Era una duda genuina; no sabía si ese tipo de golpes debía doler tan poco en realidad. Se encogió de hombros, restándole importancia. Seguramente el dolor era menor debido a la alfombra. Justo cuando se levantó del suelo, escuchó golpes provenientes del otro lado de la puerta, y sin pensarlo demasiado, fue a ver de quién se trataba. Tal vez podrían ayudarla a saber dónde estaba.
Cuando la joven abrió la puerta, no se topó con una persona, sino con un robot que sostenía a un niño en sus brazos. Dicho pequeño la miraba con algo de timidez y curiosidad.
—¿Mikuo? —pensó en voz alta, dudosa. Ese niño se parecía bastante a su... ¿hermano-creador? Pero no tendría sentido que fuera él, porque Mikuo ya era un adulto hecho y derecho, ¿no?
Mientras Mikuo parecía reconocer su nombre al dar un leve respingo, el robot que lo traía guardaba silencio, incrédulo de que lo que estaba pasando también afectara a la joven androide.