Si os resulta pretencioso, leedlo con la voz de Brian Griffin.

Soy escritor desde mucho antes de tener un teclado a mano.

 A los 14 años, tras algunas novelas, con dibujos que ocupaban más de media página, comencé una historia con prospecto de saga que quedó a medias, terminando apartada y como hervidero de ideas para otras obras, o, si acaso, para ser revivida en un futuro no muy cercano. 
 
Pasados unos años del primer fracaso creativo, el escritor despertó de nuevo con ganas de crear y destruir más mundos. Y ahí nació Eladien, quien iba a ser, y todavía deseo que lo sea, mi  obra mejor estructurada, y con suerte, la puerta para que pueda abrirme paso hacia la mesita o el ebook de muchos lectores. 
 
El viento soplaba con energía y resultaba  muy apacible mientras yo me regocijaba escribiendo las aventuras de Eladien y de su hermana pequeña llamada Érien, llegando al frenético final del primer acto en dos o tres meses, unas 220 páginas de un plumazo. 

Y fue en ese momento de emoción, cuando, de manera muy caprichosa, pienso a día de hoy, doce años más tarde de aquello, que el viento trajo algo consigo. 

Algo que me encantó. Algo viejo, algo nuevo. Algo carmesí. 

 El viento trajo, susurrándome al oído lo que fue una ofrenda para la que no había  negación, el mejor personaje que jamás había imaginado poder crear yo mismo. Y en efecto, no me negué. No pude. 

Y lo que hasta ese momento había sido una historia en una armonía dual bastante simple, con un héroe forzado viéndoselas contra el villano de turno, pasó a ser una trama indomable con el nacer de un personaje nuevo  llamado... Shadaiva

 El control de daños fue duro, y duró un buen tiempo en el que dudé sobre muchas cosas, pero a día de hoy, estoy ya por el final, con la cerilla muy cerca de la mecha que lo encenderá todo y le dará final a una historia que ha tardado décadas en ser contada. El final de la historia de unos personajes que lo dieron todo por amor. 
 
Que lo perdieron todo por amor.