El mayor sonríe, pero vergonzosamente usa el pecho del más bajito para esconderse, pegandose a la camisa blanca de su marido. Incapaz de ver cómo aquellos orbes coloridos parecían halagarlo sin hablar. Giyū amaba cuando Iguro elogiaba alguna pequeña cosa de su apariencia.
—Me gustan mucho tus ojos, tu sonrisa, tu cabello...— Comienza Obanai con sus cursilerías, intentando hacer que Giyū lo observé, cosa que logra, pero solo por un segundo antes de esconderse nuevamente.— Mi amor, ¿por qué te escondes? Dejame seguir viendo, por favor...
—No, es vergonzoso.— Admite, sintiéndose bobo pero feliz, sintiendo la misma sensación que le revolvía tiernamente el estómago en la adolescencia, como la primera vez que pudo recibir un halago de su enamorado.— No s-sé desde cuándo eres tan romántico.
—¿Ahora te das cuenta?— Juguetón Obanai pregunta.— Oh, Giyū, sabes que siempre he sido romántico.— Finalmente Tomioka lo observa, dejando de posarse en el pecho de Iguro para luego acercarse al rostro del más bajito.— Pero sólo contigo, eres mi mundo; mi dulce esposo.
(Pequeña cosita nomás porque sí)