Remus está acostumbrado al dolor, al físico y al mental.
El físico por cada transformación que ha sufrido desde que era un niño, sentir que sus huesos se quiebran para volver a soldarse pero está vez formando el esqueleto de un lobo adulto, su mandíbula alargarse hasta convertirse en un hocico, los dedos de sus pies y manos sangrando a borbotones porque sus uñas se convertían en garras, su piel rasgándose en distintas partes como una hoja de papel a la que están haciendo mierda por la ira antes de tirar los pedazos a la basura.
Lleva más de la mitad de su vida viviendo así, doce noches al año que lo dejan fuera de combate dos semanas, una antes y una después; y la gente aún pregunta qué cómo es posible que se acostumbre al dolor, pero es como hacer un hábito, solo que el Remus entre los 5 y los 14 no quería que ese dolor se hiciera un hábito, a pesar de que habían noches en las que él lobo se acurrucaba a lloriquear en un rincón del sótano de casa o de aquella sucia habitación de la Casa de Gritos.
Esas noches eran relativamente pacíficas hasta el punto en que recuerda un poco de ellas, pero incluso en ese recuerdo tranquilo se colaba el agudo quejido de aquel herido animal al que nadie acompañaba en su sufrimiento.
Pero todo cambió la noche en que apareció el perro, en un principio el lobo quiso atacarle pero el olor familiar le hizo darse cuenta que se trataba de aquel tarado por el cual el humano con el que compartía cuerpo estaba loquito de amor y no le importó, meneó la cola contento mientras se acurrucaba con el otro can, dejando que lamiera la sangre de sus heridas hasta que amaneció.
//ni sé que fue esto pero X, al rato (hoy no) lo sigo xd