Soy la mezcla errónea de dos reflejos opuestos. Por un lado, el insensible y amargado que renunció al amor por el temor al sufrimiento y por el otro, la esperanza del temor a la soledad. No le temo ni a la muerte, ni al olvido, ni al desprecio. Le temo a que mi parte amargada se vuelva como él se presentó. Temo ser como él y hacerle a alguien lo que él me hizo. Me aterra la idea porque parte de mi lo odia y por ende, no quiero ser como él. Me hubiera gustado prometer nunca enlazarme tanto a alguien, pero no pude ni siquiera prometerlo para que eso no se cumpliera, por que llegó otra persona que me hace sentir la impotencia de querer ayudar y no poder. Odio lo que siento, porque sé que es falso. Sé que el primer amor es el único que goza de pureza y que luego sólo se vuelve a sentir una muy bien disfrazada nostalgia. No sentimos amor otra vez, sentimos la necesidad de reponer lo que sentimos la primera vez y me rehuso a volcar mi egoismo con alguien intentando reponer lo que ya no está. Me rehuso a estar a la sombra de lo que fue. Por eso renuncié al amor.