El castaño llegó a escena, cargaba en sus manos su inseparable hacha de mango marrón, caminaba con la cabeza ladeada, manteniendo una sonrisa arrogante en su rostro. Para esa ocasión, se había quitado el bozal y las googles, revelando así esa gran cicatriz que avanzaba desde su comisura derecha hasta el final de su mejilla. Tenía sed de sangre, y necesitaba satisfacerse observando a alguien morir frente a él.
—Hola niña.
Saludó, como si aquella situación fuera normal.