Se paralizan los segundos, los minutos, las horas, se paraliza la vida al introducirme en tu mundo. Un extenso universo increíblemente privado, comprimido por el eterno invierno, por la interminable noche de un ser desvelado, en espera de una luz acogedora, radiante, una luz que le permita ver su silueta para conocerse, encontrándose así mismo. Un mundo en donde cada experiencia se vuelve una armadura más para las tantas batallas que afrontará por sus largos y silenciosos caminos, unos caminos perdidos en el sufrimiento y la tristeza del ayer. Un mundo que no conoce la potente y brillante luz de la luna, la claridad del sol y la verdadera esencia de la naturaleza, donde en resumidas cuentas no se conoce vida en la propia vida.
Un mundo en el que a pesar de sus trayectos oscuros, se logra percibir un dulce viento, una intensa brisa, con esperanzas de caer en un lugar sediento de un deseo interminable de liberar las utopías que lleva dentro. Un mundo donde solo yo encuentro las alegrías y esperanzas que me hacen falta para descubrir el verdadero sentido del amor en tu mundo, mi mundo y el mundo.