Maté lo que más me llenaba, escribir. Y por mi propia culpa acabé más vacía que nunca.
Nunca he estado contenta con mis palabras, y no sé si lo estaré algún día.
Cada vez que suelto una sola, pienso en rendirme y en no volver a plasmar lo que pienso (o siento) en ningún sitio fuera de mi cabeza.
Pero los "¿y si...?" me pueden, como siempre.