Todo comenzó una tarde especial, ese día estaban muy unidos por lo que significaba para ellos ese día…
A la noche la invitó a cenar. Él vestía elegante, como siempre hacía cuando salía y ella lucía la mejor vestimenta que se le ocurrió solo para que él la viese bonita.
La velada comenzó por un paseo algo entretenido, hablaban de lo que, anteriormente, les había sucedido, de lo que les deparaba el futuro y, ¿cómo no?, de lo que tenían uno delante del otro en el presente.
La llevó por el lugar más bonito y significativo para ellos de la ciudad, ese día se empañaba en consentirla.
Luego la llevó a comer a un restaurante donde la luz era a medias, lo que hacía del ambiente un lugar íntimo. Se sentaron junto a la ventana, se miraban a los ojos, sonreían y seguían hablando. La cena estaba estupenda, tanto, que comieron casi en silencio, sin cruzar palabras, pero sí miradas.
Cuando la cena hubo terminado, empezaron a recorrer el camino de vuelta por la orilla del mar, el olor a sal a veces era molesto (porque era en abundancia) pero la acompañía hacía que se olvidaran de todo lo demás.
Esa noche durmieron juntos, arropándose el uno al otro, aunque frío no hiciese y la llevó en sueños hasta el fin del mundo, al dulce lado oscuro