Deseo ver que se quiebre el cielo. Que se cuaje. Que a pedazos caiga a mis pies, desorientado. Deseo que en llamas se recueste sobre mi suelo, sienta sus gélidos gemidos y comprenda sus más vagas aficiones. Las mías que han sido recién enterradas junto a los cánticos de un clérigo.
Deseo que sea ese cielo el que se desnude frente a mis ojos. Que crea y siga creyendo que vale más que yo, que de lo lejos lo tengo que admirar, porque no soy suficiente para alcanzarlo en lo alto.
Deseo que se revuelque bajo los tacones de mis zapatos. Que le duela, como mi me duele, y que zumbe su cuerpo, ¡lo quiero ver retorcer y sufrir! Como yo sufro. Como sufrimos todos por su culpa.
Pocos anhelos me quedan ya de compartir con él lo que sea que pueda ofrecerme.
Estoy próxima a desintegrarme sin saber las respuestas que antes me inquietaban, las que ya no me interesan, porque la ansiedad ya gobierna mi cuerpo y mi ser. No hay laurel que pueda llorar más que yo en estos momentos. Y a nadie le ha de importar que continúe respirando bajo la tierra húmeda del calle calle.